El desconcierto europeo
Cosas de la telecracia. Ha ganado una canción insípida, incolora, insabora. Una de chunda-chunda, donde la voz es mero añadido a un ritmo sencillito, sencillito, un compás binario de principio a fin, recién salido del ordenador. Ideal para darle a las palmas, claro, pero sin alma reconocible. ¿Tenía alma Europe's living a celebration? Pues tampoco. Pero, por lo menos, ahí estaba Rosa, con su chorro potente y un timbre reconocible desde lejos, aparte de ese modo tan patoso de moverse y hablar que acababa teniendo gracia para quien quisiera vérsela. No ha mejorado la moza en este tiempo. Ortodoncia mediando, la noche del lunes no se le entendió una sola palabra, salvo que aún no conoce el orgasmo. De pura franqueza, acaba por meterse al personal en el bolsillo.
Pero a lo que íbamos. Dime parece construida en el laboratorio, justo para que Beth dé sus golpes de cadera en los momentos convenidos y ponga esa vocecita tan prefabricada que más de uno podría confundir con la de Amaya Montero, la solista de La Oreja de Van Gogh. El modo de arrastrar las consonantes, de buscar apoyos añadiendo vocales donde no las hay y, en consecuencia, de hacer incomprensible el texto -tampoco es que se pierda mucho con ello, la verdad- es herencia directa de esa escuela, suponiendo que, efectivamente, sea escuela.
Si el modelo Rosa, fundamentado en lo folclórico, sólo consiguió un séptimo puesto, ahora se ha optado sin embozo por la fusión, a ver si cuela. El peinado rastafari y el piercing bajo el labio de Beth son de clara ascendencia antiglobalizadora. En eso hay que darle la razón al prototipo actual: transcurrido un año, Europa no está viviendo precisamente una gran verbena, sino que ha vuelto a sus más rancias disensiones y no atina a dar con un criterio común. Beth se corresponde bien con esa desorientación. Al principio de la canción aparece un tímido rasgueo de guitarra que da pie a la chica a levantar brevemente los brazos a la manera flamenca. Se trata de un icono muy breve, un aviso para navegantes eurovisivos de que la representación española llega a escena. Pero pronto ese atisbo de españolidad queda disuelto en una convención discotequera sin procedencia concreta, como la temible cocina internacional. No es que a uno le parezca mal que pasemos inadvertidos: con la que está cayendo, mucho pecho que hinchar en el desconcierto europeo no nos queda. Pero convengamos que el resultado es de una sosez que tumba, si Uribarri no lo remedia. Que lo remediará, no teman.
En la gala del lunes apareció muy jacarandoso Jordi Bosch, secretario general de Televisión Española, y anunció que habrá Operación Triunfo 3. Eso con toda probabilidad equivale a decir que habrá otra Operación Eurovisión. Adelante con ello. Es la mejor manera de asegurarse de que las buenas canciones -Aserejé, pongamos por caso- nunca lleguen a Eurovisión. El desconcierto europeo nos ha dejado definitivamente para el arrastre.
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