Encrucijadas de discordia
No se encuentran por patios propios gentes que te vomitan un "¡Viva la guerra!". Millán Astray ya no existe en España, por mucho que algunos columnistas intenten desenterrarlo y muchos entusiastas en jugar a la política-emoción lo añoren para escribir sus piececillas del lunes. El mundo se ha complicado en 10 meses como no lo había hecho en 10 años. La discordia se ha disparado y las alianzas y consensos políticos se disuelven como azucarillos. La Unión Europea, la OTAN, la alianza cultural transatlántica y la comunidad internacional en el Consejo de Seguridad se han convertido en perfectos objetos del ridículo para el ciudadano medio demócrata. Por no hablar de quienes en la democracia siempre vieron un sistema miserablemente débil e incapaz. Pero entre Sadam, los born again (neonacidos) y religiosos implacables de la generación de los pecadores redimidos de la nueva derecha norteamericana, aquellos que quieren que sufras por tus pecados sin conocerlos, estamos creando un grupo tan equiparable a los fundamentalistas islámicos en EE UU como el equipo A de los bienaventurados europeos que sin inversión alguna pueden levitar sobre excesos y pecados ajenos.
Tenemos una megapotencia que tiene perfecta certeza de por dónde equivocarse por su fuerza incalculable de enmendar y unos Estados europeos tullidos que no alcanzan a saber por dónde son más impotentes y dónde han de gritar o postrarse para no desaparecer del mapa de las naciones vivas. Tenemos unos países árabes paralizados por su propia miseria intelectual y su impotencia política y económica, con leyes y normas que imponen la falta de expectativas y la resignación como máximas de vida. Son entes que dan pena porque sólo producen conmiseración y pasión a sus ciudadanos o súbditos. Y tenemos otros, muchos, multitudinarios, asiáticos, que se debaten entre ser sargento patatero o asesino capital, Estados llenos de fuerza juvenil y anciana cobardía ante los retos de una globalización y competencia que los sorprende tan poco preparados como dispuestos a los cambios imprescindibles para los retos de la modernidad.
Las manifestaciones en todo el mundo, especialmente en los países que apoyan la política de la Administración de Bush, han sufrido las proclamaciones contra el poder legítimo más humillantes de su historia. Jamás tanta gente les dijo que no a algo a quienes habían votado mayoritariamente poco antes. La Unión Europea y la Alianza Atlántica, la unión de los dos continentes de visión y emoción democrática y abierta, los lazos con aliados lejanos tendidos hace más de medio siglo, se disuelven también en un frenesí de comentarios procaces e irresponsables y una proclamación de intereses propios contrarios a los antes compartidos que dinamitan toda cooperación.
Impertinentes que defendieron dictaduras implacables hoy salen a la calle, muy coquetos, a protestar menos contra otras terribles satrapías que contra la arrogancia impenitente de tontos que hablan de su causa divina con la misma certeza que quienes osan matarnos por causas asimismo religiosas en su constante identificación del mal absoluto con el adversario.
No hubo ni una frase contra Sadam Husein en las millones de bocas que pasearon sus lemas el sábado por el mundo con sus pancartas preñadas de caridad. Pero todos están tan seguros de su verdad, a la que da miedo llevarle la contraria, porque nos hunde a todos en la sima del fascismo y la intolerancia. Sadam Husein, Fidel Castro, Mugabe o ETA, todos son gentes a proteger del gran imbécil que tan mal defiende sus fines. Los enemigos absolutos son democracias, torpes o más torpes, pero reflejo al final de una voluntad popular serena, que busca su apuesta frente a los mayores retos que la sociedad libre ha tenido desde el nazismo. Los demócratas, tan cómodamente asentados en nuestra vida civil, podríamos tener un mal despertar de nuestro entusiasmo autodestructor. Es probable que nos lo hubiéramos merecido.
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