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Columna
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Paz

Hay un fundamentalismo de la paz, y también un oportunismo. No todas las guerras son iguales, ni es decente cerrar los ojos a las amenazas y las injusticias en nombre de la bondad. El clamor que inundó el sábado las calles de cientos de ciudades no fue producto de una masiva ofuscación sentimental ni de una colosal manipulación ideológica. La magnitud de la protesta y su transversalidad sólo pueden explicarse porque millones de ciudadanos de toda clase y condición, en ejercicio de su responsabilidad, han entendido que se juegan algo vital. Tanto, que no pueden limitarse a delegarlo, como propuso el viernes ingenuamente el candidato popular a la Generalitat, Francisco Camps, en el Gobierno de Aznar. Consciente de que, como explicó Clausewitz , "la guerra es la continuación de la política con otros medios", la opinión pública, la europea en especial, apuesta por que también sea una continuación de la política apuntalar aquel venerable proyecto de Kant que radica la esperanza de paz perpetua en la democracia, el derecho a la ciudadanía mundial y la defensa de la unión o federación de naciones como sede de legitimidad. No es poca cosa. Más allá de la peripecia concreta de Irak y su tirano Husein, de las armas letales escamoteadas y de la presión que hay que ejercer contra el terrorismo global, el órdago unilateral que la extrema derecha norteamericana ha llevado a plantear a Bush, al impulsar la guerra más allá de lo que digan las Naciones Unidas, persigue la demolición de cualquier orden internacional. A defender el futuro de ese orden mundial salieron millones de personas a las calles y colocaron a algunos gobernantes (es una lástima que uno de los más tocados sea el talento político de Tony Blair) en una precaria soledad. A otros, simplemente, les dieron una lección. Es el caso de Valencia, donde la monumental afluencia demostró que no es el dinero, sino una buena razón, lo que convoca a la sociedad. Por eso, la publicidad para la tendenciosa concentración del 2 de marzo por el plan hidrológico, pagada con tanto dispendio a cuenta de todos por el PP, da hoy vergüenza ajena y con el señuelo de "mil paellas gigantes" induce a la hilaridad.

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Vesubios de sangre humana
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