Abanico de expectativas

El barcelonés Josan Hatero (1970) pertenece a ese reducido y selecto grupo de narradores actuales que construyen sus lectores. Fieles a una idea de la literatura con sentido humano y estético, que no fieles al mercadeo, ni a la moda, trasladan al lector la solidez de sus propuestas. Libro a libro, configuran su espacio narrativo. Son rigurosamente contemporáneos, pero un algo sustancial los vincula a las excelencias de la literatura de siempre. Quien haya leído la única hasta ahora novela de Hatero, El pájaro bajo la lengua, sabe de qué hablo. Esa novela, resuelta con una deslumbrante sobriedad que no podía sino venir de su austera y sombría materia humana, estudia y concretiza una manera personalísima de encarar la realidad. Por ello no resulta extraño el perfil formal de los cuentos de Tu parte del trato, su último libro. Quince soberbios relatos trabajados milimétricamente, piezas a la altura de nuestros desorientados días.

Hay un cuento en este libro que sirve para ilustrar su clima psicológico, el abanico de expectativas que consume a sus protagonistas. Una mujer le pide al taxista que la lleva hasta una estación de autobuses, que tenga la bondad de despedirla. Quedarse hasta que el autobús arranque y regalarle un adiós. Esta circunstancia la describe Josan Hatero con absoluta naturalidad, no pudiendo ser de otra manera ya que su trato es con la naturaleza humana. Las relaciones que se establecen entre los personajes están siempre caracterizadas por la irrupción de un hecho, una frase o un gesto inclasificable. En el cuento Los paraguas del Káiser, un joven coincide con una chica en su camino a un edificio penitenciario. La ruta juntos dura unos días. Casi al final, el joven le cuenta a su circunstancial compañera una anécdota: el Káiser tenía asignado para cada día de la semana un paraguas. Todos eran iguales, pero el jerarca sabía cuál era el que tocaba el lunes o el que tocaba el jueves. El asunto es extraño, incluso para los mismos actores, y en sí mismo parece que ese minirrelato dentro del relato no ilumina nada. Pero esa pieza, milagrosamente, con la anécdota sale fortalecida. Eso indica una sabiduría a la hora de dibujar un argumento, porque su centro de gravedad aparece allí donde menos se esperaba. No responde a nada, pero abre una pregunta que parece no tener respuesta. Lo mismo ocurre con aquellos amantes del libro. Se reúnen como dos desconocidos para entregarse puntualmente. Tendríamos que remontarnos hasta el nouveau roman para encontrar plasmada la pasión amorosa con esa precisión quirúrgica, con ese logradísimo simulacro de desapego afectivo. Josan Hatero observa a pie juntillas esa disciplina narrativa inherente a todo proceso ficcional. El cuento tiene unas leyes que Hatero básicamente no soslaya. Pero su libro, como los de Javier González, Gonzalo Calcedo o Nicolás Casariego, por citar autores en su línea, agrega a la ortodoxia dosis impagables de mirada inédita, de vidas y hechos necesariamente desconcertantes.