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VISTO / OÍDO
Columna
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Los que van a morir te saludan

Mi simplicidad: no tengo más motivo contra la guerra que la guerra en sí, agudizada por el arte militar actual. No me explico bien: la guerra es matar el mayor número de enemigos que siempre son ajenos a las codicias de quienes las declaran. Todo quedaba bien explicado en la Internacional, todo lo contó Jaurès en París, vísperas de la guerra de 1914, que explicó que el pobre siempre pierde, aunque su nación gane, y el rico gana siempre, aunque su nación pierda. Bueno, le mataron en el acto, y los socialistas se escindieron de la Internacional, y entraron en los gobiernos de guerra para mostrar que el pueblo estaba con ellos: y las cosas pasaron como estaban previstas. Lo que leo como razonables discursos de por qué no a la guerra, técnicas, doctrinas, pensamientos o investigaciones, me impresiona en un lugar remoto: lo que me importa es los que van a morir, ser mutilados, quedarse sin casa.

Los otros no mueren; no morimos, más que de pena, que es una situación muy antigua y no tan inútil para el individuo. Gana su propio cielo, el único que existe: el que él se ha creado, el cielo de sus neuronas, y de sus órganos vitales. La de Afganistán venía aún envuelta en el fantasma de Bin Laden y en el dolor de las víctimas de Nueva York, sin siquiera permitir pensar en cómo había podido ser aquella operación puntual, calculada y con suicidas engañados.

Ya estaba rota la tradición del No a la Guerra, que había iniciado la baronesa Von Suttner al empezar el siglo pasado ("¡Abajo las armas!"), pero yo la había visto fuera de España, cuando España era militar por el hombrecillo asesino; las protestas por Corea en las calles del mundo, las de Vietnam. Se dijo que estaban organizadas por los comunistas, y pensé que aquellos asesinados en primer lugar por el hombrecillo debían tener una conciencia muy pura. La realidad es que estábamos en otra guerra, la fría entre la Unión Soviética y Estados Unidos, y otra vez pensé en que debía haber conciencia pura para detener la guerra. La verdad es que no hubo más desde que la URSS fue derrotada. Sí, las hubo: pero no protestas. Apenas voces, apenas condenas. Este renacimiento de ahora, cuando las personas salen de nuevo a la calle, y son represaliadas -o, al menos, insultadas-, parece una restauración del espíritu cívico frente a los tiranos (hablo de Bush).

No quiero la guerra porque quiero a los vivos, a la gente, a los no guerreros. Petróleo, bolsas, religiones, geopolítica, consumo, temas con los que he trabajado toda mi vida, me son indiferentes: no quiero que maten iraquíes por ser iraquíes.

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