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Columna
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Evitar la guerra

Josep Ramoneda

Los que ya estaban convencidos de que Estados Unidos siempre tiene razón dieron por buenas las explicaciones de Powell. Los que pensaban que no hay una amenaza real que pueda justificar la intervención armada no encontraron motivos para cambiar de opinión en la conferencia con diapositivas que Powell ofreció en la ONU. Es más, a algunos nos pareció que si algo había demostrado Powell es que la guerra no es necesaria. Si es verdad que Estados Unidos tiene controlados todos los movimientos de los arsenales iraquíes, si éstos son del tipo de los que se vieron en el show Powell, sencillamente las cosas van bien, lo único que hay que hacer es seguir dando trabajo a los inspectores y seguir vigilando al ejército iraquí, es decir, control e información bajo tutela de la ONU.

Exactamente esto es lo que están diciendo Alemania y Francia al elaborar un plan conjunto alternativo para presentarlo en el Consejo de Seguridad. Una combinación de inspecciones, control de los cascos azules, vigilancia aérea e información garantiza, sin necesidad de recurrir al extremo recurso de la guerra, que Saddam Hussein no pueda ser una amenaza ni para sus vecinos ni para los que vivimos más lejos. De momento, Saddam sólo es un peligro para su propia población. El plan franco-alemán debe ser completado con un trabajo político eficaz que ayude a Irak a quitarse de encima el cruel régimen que le oprime. Es decir, hay mucho por hacer, pero se puede avanzar sin necesidad de una carnicería bélica.

El plan franco-alemán deja fuera de juego a mucha gente: a los dirigentes de Estados Unidos que, desde su arrogancia, afirman que Europa sólo tiene principios pero carece de propuestas realistas. Francia y Alemania van a presentar una que parte del reconocimiento de que Saddam es el problema y que puede congeniar muchas más voluntades -y de modo mucho más libre que la iniciativa bélica-. A los fieles servidores del gran capitán -como el inefable presidente Aznar- que aseguran que lejos de Bush no hay salvación y que tendrán que ver cómo Europa es capaz de proponer soluciones a pesar de la traición de los que piensan que el atlantismo exige una Unión Europea débil y entregada.

En la semana de las grandes movilizaciones contra la guerra la iniciativa franco-alemana tiene el muy positivo valor de demostrar que todavía es posible evitar la intervención militar. "No a la guerra" no puede ser simplemente un ejercicio de elegancia moral para mayor gloria de la buena conciencia europea. Demasiadas veces en la fronda del antiamericanismo europeo uno tiene la impresión de que para algunos lo importante no es que no haya guerra sino que quede claro que el Gobierno americano es el malo. El "No a la guerra" sólo adquiere su verdadera dignidad si va acompañado de los esfuerzos necesarios para evitarla. Si no es así, no va más allá de los pasos de baile morales. Francia y Alemania -como ya venía haciendo Turquía, entre otros países- han demostrado que se puede estar contra la guerra no sólo para cultivar la propia aura sino trabajando activamente para que esta de verdad no sea. Y este trabajo empieza en un punto que demasiado a menudo se olvida: antes que el belicismo de la Administración de Bush, el culpable de la situación es Saddam Hussein. Y estaría bien que alguna pancarta lo recordara.

Es indudable que el problema viene de lejos. André Glucksmann lo ha presentado como una guerra continuada de más de 20 años, que empezaría en tiempos de la revolución islámica en Irán. Esta guerra tendría un objetivo: la hegemonía en la zona sobre la base de hacerse con el poder en Arabia Saudí. Irán e Irak, dos regímenes antagónicos, se despedazaron entre ellos en esta pugna durante la cruel guerra de 1980-1988. Después, Irak afirmó sus pretensiones con la ocupación de Kuwait. Más tarde entró un tercer competidor en escena, Bin Laden, con el mismo objetivo: Riad. Pero el resultado de este largo episodio es que hoy, unos y otros, están más lejos que nunca de sus pretensiones. Irán ha entrado en la senda de la modernización de la revolución y no parece muy interesado en alargar su brazo fuera de sus fronteras. Irak tiene el ejército destruido y la economía en bancarrota por el embargo. Y Al Qadea sigue siendo una incógnita, pero por muchas que puedan ser las pretensiones de su líder, su potencialidad no parece ir más allá de la intimidación con algún atentado terrorista espectacular. En este marco, la guerra puede añadir más confusión que soluciones.

La propuesta franco-alemana obliga a los partidarios de la intervención militar a explicar sus verdaderas razones. Si explican que el objetivo es la creación de un nuevo orden mundial sobre la base de establecer algunos protectorados americanos estratégicos, las razones de la vieja Europa saldrán reforzadas. Porque es evidente que cualquier forma de gobierno global se tiene que hacer desde el pacto y desde las iniciativas multilaterales y no desde un liderazgo americano que sólo admite las adhesiones incondicionales. Las relaciones de fuerzas son las que son. Y nadie niega a Estados Unidos el poder que tiene. Pero no todo se acaba con la fuerza, ni puede ser la fuerza el único factor de orden. Europa tiene poder económico y debería tener capacidad de persuasión suficiente para no aceptar este unilateralismo del más fuerte.

Y aquí está el problema -y lo lacerante de la traición de los gobiernos español, inglés e italiano-: lo que Estados Unidos busca es la debilidad de Europa, a la que, a pesar de los desprecios que le dedica, ve como la principal competidora posible. Por la gracia del trío antes citado y los comparsas del Este, Europa se lo está poniendo demasiado fácil. Joshka Fischer, en su apasionada diatriba de respuesta a Donald Rusmfeld, defendió con coraje el honor de Europa. Si Europa es fuerte necesariamente tendrá roces con Estados Unidos. Estados Unidos y Europa han de ser capaces de entender que puede haber intereses diferentes y desacuerdos en el modo de ver las cosas y que estos desencuentros pueden perfectamente ser constructivos. Pero entonces sobran los traidores. Europa se equivocaría si pensara que el enemigo es Estados Unidos y no Saddam, pero también se equivoca Estados Unidos si piensa que el enemigo es Europa y juega a buscar complicidades en su seno para debilitarlo. La gobernabilidad global no puede venir de un solo poder cuya hegemonía es fundamentalmente militar. Y es deber histórico de Europa tratar de impedirlo.

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