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Columna
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Salvador Vila Hernández

Nació en Salamanca en 1904 -el mismo año que su tocayo Dalí- y, después de un bachillerato sobresaliente, estudió las carreras de Filosofía y Letras y Derecho en la Universidad de Salamanca, donde fue uno de los alumnos predilectos de Unamuno. En la Universidad Central de Madrid se doctoró en estudios semíticos. Tras un roce con el régimen de Primo de Rivera -Salvador Vila Hernández era de izquierdas aunque nunca militó en un partido político-, fue deportado a las Islas Chafarinas. A los quince días llegó el indulto. En 1928-29 estuvo becado en Berlín, investigó la aportación alemana a los estudios árabes y conoció a quien sería su mujer, Gerda, de familia judía. En diciembre de 1933, apoyado por García Gómez y Asín Palacios, obtuvo la cátedra de Cultura Árabe e Instituciones Musulmanas de la Universidad de Granada.

A finales de 1935 Vila Hernández sucedió a García Gómez como director de la Escuela de Estudios Árabes, y unos meses después publicó una excelente traducción de El renacimiento del Islam, monumental estudio del arabista alemán A. Mez (reeditado en facsímil por Editorial Comares en 2002, con estudio preliminar sobre Vila de Mercedes del Amo).

En abril de 1936 fue nombrado rector interino de la Universidad de Granada por el Gobierno del Frente Popular. Mala suerte. Eran momentos de intensa conflictividad, de la cual la Universidad no quedó exenta, y Vila trató de apaciguar los ánimos, creando temibles enemigos en el proceso. Al iniciarse la sublevación se encontraba en Salamanca. Y allí se enteró de su destitución por el gobernador civil faccioso de Granada, José Valdés Guzmán, que había repuesto inmediatamente al rector anterior, el reaccionario Antonio Marín Ocete.

Vila y su mujer fueron llevados a Granada por la Guardia Civil y encarcelados. El 23 de octubre de 1936 los rebeldes fusilaron al arabista. Tenía 32 años. Otros cuatro catedráticos de la Universidad corrieron la misma suerte. Jesús Yoldi Bereau, Rafael García Duarte, José Palanco Romero y Joaquín García Labella. Gerda fue liberada, ya muerto su marido, gracias a la intervención de Manuel de Falla, pero no sin antes haber sido bautizada. Era como si hubiera vuelto el cardenal Cisneros.

Terminada la guerra, el decano de Filosofía y Letras, Antonio Gallego Burín, según acta del 21 de octubre de 1939, se congratulaba "de que volvamos a reunirnos después del periodo de convulsión sufrida por España en su lucha contra el marxismo y en defensa de la civilización cristiana" y pronunciaba "unas patrióticas palabras de fiel adhesión al caudillo Salvador de España". Para los cinco catedráticos fusilados no hubo recuerdo alguno, y sobre ellos se cerró durante décadas un silencio espesísimo, así como sobre la víctima más célebre de aquella brutal represión.

Hasta la muerte de Franco no se colgó en el Salón de Rectores de la Universidad de Granada, rompiendo así la costumbre, un retrato de Salvador Vila Hernández. Ahora sí hay, y poco a poco se va recuperando la memoria de un hombre y un arabista ejemplares cuyos restos, entre los de tantos centenares de inocentes, yacen todavía en las fosas de Víznar.

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