En los límites de la creación
Organizada por la Biblioteca de Washington y el Vitra Design Museum alemán, se muestra en el Artium de Vitoria una exposición del matrimonio Eames. Los estadounidenses Charles Eames (1907-1978) y Ray Eames Eames (1912-1988) fueron activos diseñadores de muebles, innovadores en el campo de la arquitectura y exultantes difusores de los adelantos científicos, entre otras especialidades cercanas al mundo de la belleza.
La fisicidad de los muebles que diseñaron, las incontables diapositivas que se exhiben, los múltiples objetos que sirvieron a la entusiasta pareja para la creación de sus juegos lúdicos en favor de la belleza conforman un espacio envolvente de infinitas posibilidades. Es como si entráramos de golpe en un mágico mercado persa.
Contemplar cada faceta creativa en la que se adentraron estos dos vitalistas y optimistas seres supone verlos trasplantados en prestidigitadores del movimiento, la forma, el color y el espacio. Con su peculiar sentido de la belleza fueron haciéndose un nombre y ganándose el favor de las gentes de dentro y fuera de Estados Unidos.
En virtud de los pocos dibujos realizados por separado que se muestran se puede colegir que Charles era más clásico y académico, en tanto Ray resultaba más vanguardista y atrevida (formalmente cercana a las enseñanzas del arte de Arp, Miró y Calder).
Además de los excelentes resultados que dan crédito a la muestra de Artium, por el montaje mismo percibimos la enseñanza que nos transmite la la pareja de creadores. Enseñan a ver cada objeto desde muchas posiciones. La mirada dejar de ser primordialmente frontal para poder percibir lo que hay en el suelo, en el techo y en los lados. En el aspecto global, nos proponen una de sus más aptas lecciones: todo está conectado con el todo.
Pedagogos impenitentes, Charles y Ray Eames ponen de relieve su resistencia a no hacer públicas sus vidas. Y así lo evidencian en el sinnúmero de fotografías que aparecen juntos al lado de cada mueble o de cada invento en los que tomaron parte.
Esa tesitura iconográfica personal unida en el tiempo a los objetos no molesta, porque más que un acto de vanidosa intromisión personalista parece que su inclusión está cimentada a partir de un deseo por permanecer indentificados amorosamente con aquello que han creado.
Al recordar que los Eames intervinieron con su honesto entusiamo en 1959, en plena guerra fría, en el primer intercambio cultural con la Unión Soviética, nada cuesta imaginarnos oponiéndose a la inminente masacre de niños iraquíes, que no podrán ver más la luna.
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