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Columna
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Nunca máis

Cuando el señor Gaspart se quedó en tránsito tras la primera pañolada absoluta que tuvo que soportar en la temporada 2002-2003, fueron varias las explicaciones de su excepcional estado, ensimismado y a la vez comunicante, tal vez con varios destinatarios de mensajes no atendidos. Con el público, como si le recordara que él tiene alma de boix noi y se mete en el Ganges si hay que celebrar una victoria del Barça. Tal vez con san Escrivá de Balaguer, su jefe de filas espirituales, un santo poco o nada milagrero al que muy bien Gaspart pudo pedirle una ayudita, habida cuenta de que Suker aseguraba que la selección croata de fútbol tenía buenos resultados porque Dios estaba con ella. Escrivá de Balaguer es un santo difícilmente repetible y, por lo sabido, bastante frío en sus aficiones futbolísticas y pragmáticamente madridista, y tal vez por eso Gaspart se fue más arriba y en plan Getsemaní dijo: Aparta, aparta de mí ese cáliz.

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La transición abre un nuevo frente

Los que consideramos que los hombres de negocios se dividen en dos clases y una de ellas corresponde a gentes inteligentes, hábiles, deductivas cuando no inductivas; aplicadores, como decían los teólogos, de la eficacia de la razón en las normas de la conducta, nunca podremos entender que un hombre cabeza de un imperio hotelero, propuesto como esperanza blanca de Alianza Popular en Cataluña, san Juan Evangelista de Núñez e incluso de Navarro, haya podido dar un resultado tan nefasto como presidente de un club de fútbol, aunque quizá la explicación se deba a que pese a nuestro descreimiento, el Barça sigue siendo algo más que un club. Es evidente que, durante su accesis desde el palco a los cielos, ni Escrivá de Balaguer, ni Dios, ni el público le hicieron el menor caso y, como si se tratara de un cohete de la NASA en horas bajas, a Gaspart se le han ido desprendiendo placas protectoras, la última se llama Salvador Alemany, y ni siquiera ha conseguido salvarse por el procedimiento de enviar a Van Gaal al Ponto Euxino, es decir a Sitges. Cuando repitió Van Gaal, los más cínicos pensamos que se había buscado un entrenador que iba a salirle barato y además a recibir todos los golpes y el cese en cuanto al superviviente Gaspart le fuera necesario. Ni por ésas. Van Gaal en Sitges y Gaspart en el infierno, el poder transitorio ha pasado a manos del señor Reyna, que tiene un currículo empresarial postmoderno, es decir de collage, y quedan quemados, y bien quemados, todos los que pensaron que arrimarse a Gaspart era una garantía de delfinato seguro. Un inteligentísimo amigo de adolescencia, apellido de agencia de noticias arqueológica y con el que sólo hablé una noche en la que me descubrió la canción francesa, antes de irse a Puerto Rico, había escrito lo que podía ser una greguería: Quien a buen árbol se arrima, buen árbol se le cae encima.

Todos los vicepresidentes de Gaspart dimitidos o tardíamente exiliados llevan encima el árbol caído como Zorrilla e Ionesco soportaban cadáveres de cuerpo presente en sus obras más emblemáticas. No hay un duro, los del Real Madrid tiemblan por si el Barça baja a Segunda División y se quedan a solas con Aznar y Jesús Gil y Gil, la plantilla duda de sí misma y hasta es posible que Garzón, Rodríguez Ibarra y el alcalde de A Coruña no sean tan barcelonistas como antes. No perdamos el tiempo. Hay que apostar por causas seguras: Nunca máis y No a la guerra.

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