El sueño de la aurora boreal
Viajamos casi siempre persiguiendo un sueño, piensa Xavier Moret (Barcelona, 1952), periodista, viajero y novelista, y Moret se fue el verano de 2001 a Islandia porque Borges, en un poema, la había llamado "Islandia de los mares", "isla de los caballos de larga crin", "isla del agua llena de monedas", "fría rosa, isla secreta". Se fue, ese verano, porque Julio Verne, que creo que no se movió nunca de su sillón, inicia en un célebre volcán islandés su apasionante Viaje al centro de la Tierra, aquella inolvidable novela. Se fue porque se acordaba de una película de Richard Fleischer, Los vikingos, y de un álbum de Tintín, La estrella misteriosa, y sin embargo, sorprendentemente, Moret no fue a Islandia, el verano de 2001, porque en aquella lejana Thule nuestro Capitán Trueno tenía a su enamorada, la bella y glacial Sigrid. El sueño que perseguía Moret, en esta ocasión, era disfrutar de una aurora boreal, pero para eso tenía que viajar en invierno y esa posibilidad, por el momento, era remota. Por muy avezado viajero que se sea (y Moret lo es: le conozco en coche por las carreteras estadounidenses; atravesando Australia; o no saliéndose de los raíles en un viaje en tren de Portugal a Rusia, con escritores, tantos quizá como los que se va a encontrar en Islandia, que no tiene más de 280.000 habitantes), hacerse de pronto con la isla secreta, con la tierra de hielo, con esa naturaleza que lo determina todo, requiere un tiempo. Y Moret lo sabe: empieza su narración, con la que obtuvo, el pasado mes de septiembre, el Premio Grandes Viajeros 2002, que organiza Ediciones B, sin prisa, tanteando el terreno.
LA ISLA SECRETA. UN RECORRIDO POR ISLANDIA
Xavier Moret Ediciones B. Barcelona, 2002 259 páginas. 14,95 euros
Al principio parece como si
su relato no fuera más allá de un texto de guía de viajes o de un artículo para el suplemento de viajes de este diario. Pero el novelista que se refugió en Islandia, invitado por un amigo escritor, para acabar un relato ambientado en Zanzíbar, pronto se deja seducir por la fuerza de la naturaleza, por las peculiaridades de ese país tan lejano y tan poco conocido, a mitad de camino entre Europa y América, y el relato, el de su viaje, se va enriqueciendo poco a poco literariamente. No olvida, desde luego, el periodista que es también (y como tal se comporta describiendo Reikiavik, entrevistando a escritores, directores de cine, hasta al editor español Jaime Salinas, viejo enamorado de la isla desde hace décadas), pero enseguida la naturaleza le puede y sale el narrador de su interior. El desolado viaje con su amigo el escritor, el viaje en solitario posterior, ahí, en ese contraste, en ese pulso, da lo mejor que tiene y el libro cobra altura.
Y al final se permite contar su sueño, cómo vuelve, en un invernal febrero de hace un año a celebrar su 50º cumpleaños. Y se prepara para ver una aurora boreal, y antes, en unas desternillantes páginas, asiste resignado a toda una cena vikinga a base de tiburón podrido y ojos y cabezas de cordero, y mucho alcohol. Todo se puede soportar a la espera de que ese sueño se materialice: esa aurora boreal, ese momento mágico que vive el viajero un tanto egoístamente, pues prefiere no transmitir en detalle esa sensación al lector, como si el momento fuese suyo, que lo es, pero, vamos, si ha llevado hasta allí al lector, qué menos que...
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