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Verbo sur | NOTICIAS
Columna
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"Impermeabilidad hipopotámica"

SUPERADO EL modernismo, la poesía argentina entra de lleno en el siglo XX con la generación del 22. Precisamente en 1922 se publica, impulsado, entre otros, por Jorge Luis Borges, el periódico mural Prisma, "cartelón que ni las paredes leyeron". Más tarde, algunos de sus integrantes fundaron Proa y, en 1924, dirigida por Evar Méndez, Martín Fierro. Estas revistas defendían una estética de vanguardia, en particular el creacionismo y el ultraísmo, al que se había adherido Borges a su paso por España.

De este modo, Martín Fierro plantea en su manifiesto, escrito por Oliverio Girondo y divulgado el 15 de mayo de 1924, en el número 4, una total renovación de la literatura argentina: "Frente a la impermeabilidad hipopotámica del honorable público. Frente a la funeraria solemnidad del historiador y del catedrático que momifica cuanto toca... Frente a la incapacidad de contemplar la vida sin escalar las estanterías de las bibliotecas: Martín Fierro siente la necesidad imprescindible de definirse y de llamar a cuantos sean capaces de percibir que nos hallamos en presencia de una nueva sensibilidad y de una nueva comprensión que... nos descubra panoramas insospechados y nuevos medios y formas de expresión".

No es menos contundente Borges en un artículo de diciembre de 1921 en la revista Nosotros al abogar contra: "El rubenianismo y el anecdotismo vigentes en la poesía. La belleza rubeniana es una cosa ya madura y colmada, semejante a la belleza de un lienzo antiguo, cumplida y eficaz en la limitación de sus métodos [...]; pero, por eso mismo, es una cosa acabada, concluida...".

Enemigos del academicismo y la retórica vacua, sus propuestas se resumen en un uso casi excluyente de la metáfora, el recurso a la sátira y la polémica (que los llevó a rivalizar con Gaceta Literaria de Madrid en torno a la pretendida entronización de esta ciudad como "meridiano intelectual de Hispanoamérica"), la utilización del verso libre y la eliminación de la rima (enfrentándose, por consiguiente, a Leopoldo Lugones, quizá el más reconocido y respetado poeta argentino de la época), preceptos que no seguirían por completo ni los propios martinfierristas, conocidos como grupo de Florida, en alusión a la entonces refinada calle del centro de Buenos Aires.

La posición de Florida, considerada en exceso decorativa y apolítica, interesada en los aspectos formales, fue censurada por el grupo de Boedo, también en referencia a una calle, que al "arte por el arte" contraponían un "arte para la revolución". La literatura no era "un pasatiempo de barrio", sino un "arte universal cuya misión puede ser profética o evangélica".

Los de Florida tampoco escatimaban críticas a sus contrincantes. En un número de Martín Fierro se lee este comentario sobre la revista Extrema Izquierda, vinculada a Boedo: "Muy realista, muy humana. El léxico que zarandean sus redactores es de un extremado realismo: masturbación, prostitución, placas sifilíticas, piojos...".

Esta controversia mostró a Florida y Boedo como dos bandos irreconciliables, cuando en verdad no había entre ellos una separación tan categórica. Ejemplo de esto es que un miembro de la promoción, Raúl González Tuñón (El violín del diablo, 1926), cercano ideológicamente a Boedo, era un poeta vanguardista. O que Nicolás Olivari (La amada infiel, 1924), uno de los promotores de Boedo, decidiera pasarse a Florida.

La generación del 22, a la que Carlos Mastronardi (Tierra amanecida, 1926) apodó la de "los últimos hombres felices" ( es un dato significativo que hasta 1930 no se produciría en Argentina ningún golpe militar), dejó algunas de las obras más perdurables de la poesía latinoamericana del siglo XX: Veinte poemas para ser leídos en el tranvía (1922), de Oliverio Girondo; Fervor de Buenos Aires (1923), de Jorge Luis Borges; Días como flechas (1926), de Leopoldo Marechal; Molino rojo (1926), de Jacobo Fijman; El imaginero (1927), de Ricardo Molinari, y Poemas (recopilación póstuma, 1953), de Macedonio Fernández, quien aunque por edad no pertenecía a esta promoción editó con ella sus primeros libros y la influyó de manera decisiva.

Paradójicamente, después de imprimir 45 números la sofisticada y heterodoxa Martín Fierro, que había patrocinado una literatura despolitizada, inconformista y europeizante, desapareció en 1927 por la negativa de Evar Méndez a ceder a las presiones ejercidas por algunos de sus más notables colaboradores -entre los que estaba Borges- para que la revista apoyara a Hipólito Yrigoyen, candidato radical a la presidencia de la República.

Carlos Vitale (Buenos Aires, 1953) es poeta y traductor. Ha publicado Unidad de lugar (Plaza & Janés, 2000) y Descortesía del suicida (Debolsillo, 2001). Reside en Barcelona.

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