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AGENDA GLOBAL | ECONOMÍA
Columna
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La segunda parte de la revolución conservadora

Joaquín Estefanía

RELEAN EL LIBRO de David Stockman El triunfo de la política. Por qué fracasó la revolución de Reagan, y allí encontrarán las claves de lo que ahora está aconteciendo en Estados Unidos. Stockman fue uno de los arquitectos de la revolución conservadora y ocupó la dirección de la Oficina del Presupuesto de la Casa Blanca en los primeros años ochenta. En esa obra revela lo que ocurre cuando un grupo de ideólogos radicales de derechas, apoyado por los poderes del presidente de la nación, se lanza a un mundillo dominado por los intereses creados, relacionados ahora con el mercado del petróleo.

Stockman cuenta los choques frontales y las manipulaciones secretas que condujeron al fracaso de la revolución de Reagan, produciendo un déficit apabullante de un billón de dólares, en vez del presupuesto equilibrado que era central en aquella ideología. La revolución conservadora de EE UU empezó en 1980. Un grupo de ideólogos de la economía de la oferta respaldó a Reagan siempre y cuando éste se comprometiese a aplicar su agenda programática: reducción de impuestos para las clases más acomodadas (las que tenían mayor capacidad de invertir); drásticas reducciones del gasto público (excepto los de defensa y seguridad), guerra de las galaxias, simpatía hacia las concepciones más moralistas de la derecha católica, alianza sin fisuras con el Reino Unido de Margaret Thatcher, etcétera.

El 'pegamento' antigubernamental y anticomunista del reaganismo, que mantenía unidos a los republicanos, se está disolviendo y siendo sustituido por la defensa del mundo empresarial. En este caso, del 'lobby' petrolero
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El discurso de Bush sobre el estado de la Unión, la pasada semana, es un calco actualizado de aquello. Con más ingredientes: negativa a instaurar un sistema público y universal de salud, impulso a los planes de pensiones privados, restricciones al aborto, prohibición de la clonación. Si a ello le añadimos la cruzada contra Irak y conceptos tan repetidos como los de "Estados gamberros", "eje del mal" o "vieja Europa", tendremos un cuadro bastante representativo de esta segunda parte de la revolución conservadora, apoyada en la mayoría republicana en las dos cámaras.

Esquemáticamente, hay dos visiones sobre la guerra de Irak: la angelista, que presentan los halcones de la Casa Blanca (Rumsfeld y sus muchachos, tan bien retratados por Bob Woodward en su libro Bush, en guerra, que ya el 12 de septiembre de 2001, en la segunda reunión del Consejo de Seguridad Nacional tras los atentados a las Torres Gemelas y el Pentágono recomendaban bombardear a Sadam Husein, aunque el centro de atención era Bin Laden) y que defiende que es una guerra por la libertad, y la economicista, que afirma que éste es un conflicto en el que se dirime el mercado del petróleo durante la primera parte del siglo XXI. No hay explicaciones monocausales de una guerra como la que parece abrirse paso, pero el componente económico de la misma, la hegemonía sobre el petróleo, es mucho más descarado que en otros conflictos contemporáneos. Incluso más explícito que en la guerra del Golfo, en 1991, dirigida por Bush padre. El economista de la Universidad de Columbia Jeffrey Sachs lo ha descrito magistralmente (ver EL PAÍS del 30 de enero pasado: El petróleo es el motivo de Estados Unidos para la guerra): a lo largo del siglo XX, la democracia y la reforma económica árabe siempre han ocupado un segundo plano con respecto al petróleo. Cuando Bush ganó, con tantas incidencias, las pasadas elecciones presidenciales, se dijo que un empresario del petróleo ocupaba la Casa Blanca. Tanto Bush como Dick Cheney provienen del mundo de las multinacionales energéticas, y el vicepresidente les ha dedicado mucha atención en los últimos meses, elaborando el plan energético.

Marshall Wittman ha escrito que hay una diferencia sustancial entre Reagan y Bush: el pegamento antigubernamental y anticomunista del reaganismo, que mantenía unido al movimiento conservador de EE UU, se está disolviendo, y la defensa del mundo empresarial (petrolero) ha ocupado su lugar. La segunda motivación de la guerra, la económica, deviene en la primera.

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