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Columna
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Santidadunderground

El cura Cremades es tan extraordinariamente moderno que sus metáforas sobre la conciencia del individuo vienen en software. Para este capellán de la Facultad de Derecho de la Complutense, la conciencia del individuo es un ordenador existencial cuyo disco duro puede verse acosado, como cualquier hijo de vecino o PC hijo de Gates, por el multiforme virus del pecado. Asimismo, el individuo y su conciencia (esa pareja) pueden (de hecho) chatear con Dios y contarle sus cosillas más turbias u oscuras, lo mismo que sucede en la mayoría de los chats a los que uno ose incorporarse, y hasta desgranar virtualmente esas auténticas barbaridades de pensamiento, palabra, obra u omisión que los arrepentidos suelen bisbisear de rodillas ante el clásico confesor. Acerca del messenger, que permitiría una revolucionaria comunicación con Dios, cara a cara y a tiempo real, todavía no se ha pronunciado el cura Cremades, pero, siguiendo con esa estética marcadamente on-line, ha pergeñado una divertidísima alternativa al rosario tradicional, consistente en un plano del metro de Madrid cuyas estaciones corresponderían a los diversos misterios de Gozo, Dolor y Gloria. Muy práctico y underground, vive Dios, y muy a tono con los tiempos que corren (el que no corre, vuela, y hay que aprovechar el tirón) por los sótanos municipales de la capital del Reino.

El cura Cremades, fan confeso de un san Josemaría con el que tiene link en su página web, anima a sus fieles a rezar por un variado menú de posibilidades, que incluye la paz en el mundo (en general), la familia (en particular: nada de divorcios ni monoparentalidades), la pureza de los novios durante el noviazgo (en general y en particular -¡esa mano!), la imaginación limpia de los publicistas o la conversión de los quiosqueros que venden pornografía. Lo inquietante es cuando además el cura Cremades insta a sus orantes a que recen para que los homosexuales activos se conviertan. Según la moral más rancia y machista que puedo recordar, existía una fallida distinción entre la práctica sexual activa o pasiva. Podríamos preguntarnos, desde esa distinción que sigue señalando el cura Cremades, ¿por qué no pide la oración para los homosexuales pasivos? ¿Tan pasivos son los pasivos que ni convertirse pueden? ¿Carecen los pasivos de salvación posible? ¿Será que, cuando dice activos, incluye a todos aquellos homosexuales no reprimidos, sea cual sea su íntima circunstancia? Pero no podemos detenernos en tan nimios y obsoletos detalles eróticos, porque lo más interesante del asunto es que el cura Cremades recuerda a los susodichos "homosexuales activos" que, si se convierten (¿en pasivos?), están "llamados a la santidad".

Y es que la santidad está de moda. Porque, dentro y fuera de nuestras fronteras, encuentra caldo de cultivo, como en toda época de cruzada que se precie, en la que, por curioso que parezca, el pendón de guerra y destrucción siempre ha ondeado junto al estandarte espiritual. En lo que a la cruzada externa se refiere, el pasado día 19, aprovechando la inminencia de sus bombardeos sobre la población iraquí al objeto de repostar combustible, Estados Unidos celebró oficialmente el Día Nacional de la Santidad de la Vida Humana, beatífico invento de Georges W. Bush. El escritor británico John Le Carré, que debe de ser un condenado agnóstico (no hay más que ver que está en contra de la guerra contra Irak), escribía en estas mismas páginas que "el tufo a santurronería religiosa que hay en EE UU recuerda al peor Imperio Británico", pero Bush aprovechó la proclamación de ese día tan bondadoso para llamar a los estadounidenses a "volver a dedicarnos al servicio compasivo y reafirmar nuestro compromiso a favor del respeto de la vida y de la dignidad de todo ser humano".

En cuanto a la cruzada intramuros hispanos, el plano del rosario del metro viene a chapapotear en un caldo que, concretamente en Madrid, es ese de fideos con menudillos que tan bien describió Manuel Vicent en su insuperable semblanza de la derechona española, esa que espera a Ana Botella para un puesto de asuntos sociales en la alcaldía y al Papa para canonizar españoles en primavera. Esa derechona cada vez más presente, aunque permanentemente paralizada, que abona la proliferación de estas bromas underground propias de un estribillo punki de los ochenta al estilo Ana Curra (Quiero ser saaanta... quiero ser beaaata).

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