Cuento cruel

Recién llegado al cine, aunque no al negocio audiovisual, en el que lleva muchos años como exitoso creador de anuncios publicitarios, el argentino Lucho Bender se propuso, hace casi tres años, es decir, antes del estallido popular que derrocó al presidente De La Rúa, situar la acción de su Felicidades -¡vaya ironía de título!- el día mismo de Nochebuena de un año cualquiera, aunque, eso sí, en la Argentina de la corrupción y del envilecimiento moral e institucional.

El resultado es un cuento negro y cruel, fragmentos de vida recorridos por la soledad, el asco y la culpa, aunque también quede lugar, claro, para la risa y el llanto. Película contada a partir de una estructura de vasos comunicantes, de historias que se entrelazan y que terminan de comprenderse a medida que se desarrollan las siguientes, Felicidades no debe nada al previsible oficio publicitario de su creador, y sí a una dramaturgia adulta, adusta y diáfana que termina estableciendo un diagnóstico moral tan crudo y contundente como necesario y vivificador.