Manos a la obra
La temporada pasada terminó con un carro lleno de asignaturas pendientes. Lejos de asumir sus errores, sin embargo, la directiva deslumbró al personal con el fichaje de Riquelme. Las promesas burladas causaron más decepción que ira entre una afición cada vez más antisistema pero no cundió el pánico porque las expectativas impresionaban y porque muchos pensaban que Gaspart no tenía remedio y que, de chiripa, podía llegar incluso a acertar. Entonces el presidente se sacó de la manga su conejo más raro: Van Gaal. Que lo silbaran el primer día parecía un buen presagio, sobre todo sabiendo que lo habían aclamado en su etapa anterior. La expiación, pues, tenía que ser la constante de la temporada. El presidente buscaba el perdón a sus pecados y deseaba imponer su mejor imagen. Pero, como demostró durante esa asamblea en la que dijo que él era el primero al que le gustaría tener otro presidente, sufrió varias recaídas. Ahora presume de haber resistido once temporales: es de lo único que puede presumir. Pese a todo, la estructura que le rodea funciona menos mal que hace dos años, aunque sólo sea por necesidad (la caja está vacía, lo cual reduce la posibilidad de cometer errores). Una vez eliminados los compañeros de viaje del falso sueño unitario, Gaspart ha tomado el timón y ha marcado el rumbo: salvación o naufragio.
La segunda redención afectaba a Van Gaal. Su pecado de arrogancia sólo pudo curarlo la distancia, justificada por una lealtad a Núñez de la que el ex presidente le liberó. Sus primeras decisiones (echar a Sergi y Abelardo, renovar a De Boer, creer que Cocu es lateral, acumular centrocampistas desubicados, cargarse a Rivaldo, faltar a Riquelme, apostar por Mendieta y desquiciar a Saviola) inducen a sospechar que nunca escarmentó y que sólo pretendía cobrarse una segunda oportunidad para rehabilitarse de su fracasado pasado reciente. El papel de Rexach en esta crisis puede ser, pues, decisivo. No se muerde la lengua y rebaja la crispación. Hace poco, incluso llegó a decir que quizá lo mejor para el Barça sería que todos los que han tenido algo que ver con el club en los últimos años se fueran a su casa. Lástima que no lo hicieran: habría sido la manera más noble de admitir su complicidad con los desastres cometidos. Pese a la tristeza que produce ver al club tan desvalido, el potencial existe y la Champions está viva. Nos queda el consuelo de pensar que todo lo que nos ocurre no es consecuencia de la mala suerte, las lesiones o la supuesta malignidad de Josep Maria Casanovas , sino de hacer las cosas mal. No hay excusas. El Barça está dónde está por culpa de los errores de su cuerpo técnico, de sus jugadores y de unos directivos que no han sabido administrar la confianza que le dieron los socios. La ventaja de los errores es que se pueden corregir. O tomando decisiones adecuadas o admitiendo la propia incapacidad y dejando a otros la posibilidad de trabajar. Si no hacen ninguna de las dos cosas, habrá que empezar a sospechar.
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