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DON DE GENTES
Columna
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La fierecilla domada

Elvira Lindo

YO YA NO SOY ni sombra de la que era. Yo era muy bruta. Pero mucho. Eso sí, era una bruta con gracia. A mí, si hace doce años me hubieran dicho que me iba a aficionar a la ópera, vamos, es que me hubiera hecho pis, como dice Bicoca. Pero hay que ver lo que puede hacer con una un santo pedagógico. Y conste que dicho santo lo tenía difícil porque la única educación musical que yo recibí fue la que me dio mi padre, que de vez en cuando me cantaba aquello de "me casé con un enano, salerito, para hartarme de reír". Como nací en Cádiz, el hombre se veía en la obligación de recordarme mis orígenes. Y escuchar a mi padre cantar es una experiencia paranormal porque el hombre nació en su día con las orejas de madera y es que no acierta una nota. Con esto quiero decir que yo me tuve que hacer a mí misma. Y así fue el resultado. Pero a pesar de no haber tenido educación, yo tenía una vena artística. Tipo Raulito. Y delante de las visitas, mi padre me hacía actuar y yo cantaba los hitparades de la época. En vez de Que la detengan y el Aserejé, yo cantaba El pequeño tamborilero y el Achilipú, imitando a la perfección al niño de Linares y a la inconmensurable Dolores Vargas, la Terremoto. Con esta absurda e innecesaria introducción quiero decir que mi santo ha hecho conmigo un trabajito duro y que no he sido una alumna fácil, ha habido veces, y no quiero que esto se malinterprete, que mi maestro me ha tenido que dar una colleja. Y esto me recuerda que Pedro, el cocinero murciano del Tsunami, me contó que cuando estaba en la escuela de cocina japonesa en Tokio, el maestro estaba autorizado a pegarles collejas, y que después de recibir dicha colleja, los alumnos tenían que agachar la cabeza y decir: "Gracias, maestro". Mi santo no ha llegado a tanto, pero le hubiera gustado, a qué negarlo. Ya te digo, ya no soy la burra de antaño, ahora voy al Real a ver, un suponer, Las bodas de Fígaro y ya no me duermo, ni me dedico a jugar al Bantumi, mi juego favorito del móvil. Ahora atiendo, como una más. Incluso a veces me emociono y aplaudo, aunque en el Real tienes que andarte con cuidado porque como aplaudas espontáneamente, el público asistente te llama la atención. Como el otro día, que después de un aria de Cherubino se oyó un aplauso entusiasta y enseguida un espectador enfurecido chistó para cortarlo. Se oyó entonces una voz clara y contundente que decía: "Aplaudo porque me ha gustado, porque me da la gana y porque me llamo Teresa Berganza". Es que la adoro. Desde aquí te lo digo, Berganza, estuve a punto de levantarme para aplaudirte, pero mi santo me contuvo.

Si a mí me dicen hace quince años que se me iba a erizar el vello de la emoción viendo París 1940, me hago pis, como dice la del Fresno. A mí es que Flotats me pone. Ni Darín ni Darón, a mí Flotats, o como yo le llamo: José María. Antes le llamaba Josep Maria, por aquello de la corrección, pero la otra tarde, el conserje del teatro Bellas Artes nos dice a los que estábamos al lado de una puerta lateral: "Cuando apaguen las luces, no se asusten ustedes si entra alguien en la oscuridad, que es José María". Mi santo y yo nos quedamos unos segundos pensando: ¿y quién coño es José María: un cuñado del conserje; el propio Álvarez del Manzano, que viene de incógnito; el presidente del Gobierno, que desde que se presenta a concejal se ha vuelto sencillo? No, José María era Flotats. Éste es mi Madrid. Ya puedes triunfar en Francia, ya puedes ser el padre del teatro catalán, que en mi Madrid acabas siendo José María. ¿Quién me iba a decir a mí hace quince años que después de la magistral función me iba a ir a cenar con el propio José María? Pues así fue. Y ya a los postres le digo a José María que cómo consigue meterse uno toda una obra de teatro en la cabeza. Reconozco que no es una pregunta trascendente que te cagas, tipo Pedro Ruiz, pero a mí lo de la memoria es que me inquieta, qué caramba. Y me dice Flotats que la memoria se tiene en las piernas. Y luego me explica semejante frase. Me dice José María que el actor se acuerda del texto porque lo va relacionando con los movimientos que hace en el escenario, por eso cuando está en otro contexto, por ejemplo, sentado en un restaurante (el Thai Gardens), como que no le vienen las palabras a la boca.

Si a mí me llegan a decir hace quince años que iba estar sentada en la misma mesa que Lázaro Carreter y me iba a atrever a abrir la boca, lo que dice Bicoca, me hubiera hecho pis. Porque a mí don Fernando me provocaba un respeto imponente, vamos, paralizante. Y más teniendo en cuenta que yo hablo como hablo. Que hablo peor que escribo. Con eso está dicho todo. Pero entre que mi santo me ha pulido un poquito y que he perdido la vergüenza, ahora hablo con Lázaro como con José María o como con la Berganza. Para mí, un dardo de Lázaro es como una flecha de Cupido. Otro que me pone.

Si me llegan a decir hace quince años que iba a escribir estas cosas, lo que dice Bicoca, me hubiera hecho pis, que es mucho más fino que decir "me meo que te cagas", que es lo que le gusta decir a Sergi Pàmies, que a pesar de ser de buena familia, es tan ordinario como yo.

La <i>mezzosoprano</i> Teresa Berganza.
La mezzosoprano Teresa Berganza.MARCEL.LÍ SÀENZ

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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