Corazón de policía
Las novelas policiacas se dividen en dos. En unas, el mal estalla por cierre y podredumbre del ambiente: es interior, familiar, por decirlo así. En otras, el mal viene de fuera, e irrumpe como una infección en la vida tranquila y ordenada. Henning Mankell (Estocolmo, 1948) escribe sobre el mal que llega del espacio exterior: en Los perros de Riga, un bote salvavidas trae a una playa sueca dos cadáveres abrazados y vestidos con traje y corbata. El inspector Kurt Wallander, de la comisaría de Ystad, provincia de Escania, se hará cargo del caso un día de nieve, en febrero de 1991.
El policía es un corazón solitario: Wallander vive sin nadie, sufre remordimientos porque no visita a su padre anciano, remordimientos por haber sido abandonado por su mujer y remordimientos por la vida que lleva su hija. Lo abruma el fantasma de un colega que murió de cáncer: ¿qué habría visto el amigo difunto en estos muertos a tiros, torturados? ¿Quiénes son? ¿Quién los mató? ¿Por qué? No son estos enigmas lo verdaderamente importante, sino el ánimo del inspector, depresivo y un poco alcohólico, como un viajante de comercio lejos de casa. En vez de tocar el violín o inyectarse cocaína como Sherlock Holmes, Wallander engorda con facilidad, se despierta de noche temiendo sufrir un infarto, tiene tendencia a que le salgan forúnculos en las nalgas. No soporta su vida.
LOS PERROS DE RIGA
Henning Mankell Traducción de Dea M. Mansten y Amanda Monjonell Tusquets. Barcelona, 2002 334 páginas. 16 euros
Lo extranjero también suele ser incómodo en el mundo de Wallander: los polacos son broncosos y enredadores; los alemanes del Este, estafadores; el caucho yugoslavo, de pésima calidad. Los cadáveres son de Letonia, de Riga, como el mayor Liepa, honrado pero fumador policía comunista de extraordinaria sagacidad, ocasional colaborador de Wallander. A Liepa lo matarán de un mazazo, por bueno, y el inspector Wallander se verá en Riga, en los días de 1991, en las convulsiones que anuncian la independencia de Letonia: mutación de Europa y el imperio soviético, movimientos patrióticos, tráfico de anfetaminas, conexiones entre policía, política y crimen.
Entonces Wallander cruza clandestinamente fronteras, hombre invisible en Riga con identidad falsa, fuera de la ley para defender la justicia. Casi cae en una matanza en un taller de muñecas rusas antes de resolver el misterio en un duelo de sospechosos. Cuando el crimen novelesco nace de las relaciones entre los personajes, el mal tiene carácter, cara reconocible; pero, en historias como Los perros de Riga, donde los malvados actúan movidos por enormes circunstancias geopolíticas, da igual que el asesino sea un agente del KGB, de la policía letona o del planeta Venus. La intriga internacional sirve para airear el sombrío corazón del policía, que al final está enamorado y escribe una carta de amor que nunca entregará a los buzones: la rompe sobre las aguas muertas de su puerto sueco.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.