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Columna
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Ratas y erratas

Hace años, cuando trabajaba en el Círculo de Bellas Artes, tuve que vérmelas más de una vez con un linotipista, encargado de componer en su imprenta las invitaciones a los actos que se celebraban en la institución, que solía tomar, por su cuenta y riesgo, decisiones bastante peligrosas. Una tarde me llamó por teléfono y me dijo, triunfalmente: "Oye, ya tienes listas las tres mil invitaciones para lo del próximo lunes. Por cierto, que en el original habíais puesto 'Conferencia de Carmen Martín Gaite'. Menos mal que me di cuenta y lo corregí. Ahora ya pone el Martínez entero".

Todos los escritores y periodistas del mundo hemos sufrido la mordedura de las erratas, esa plaga de roedores invisibles a los que Ramón Gómez de la Serna definió como "microbios" y Pablo Neruda llamó "caries de los renglones". Ahora, el escritor José Esteban, el más madrileño -y madrileñista- de todos los nativos de Sigüenza, acaba de publicar en la editorial Renacimiento un libro delicioso, Vituperio (y algún elogio) de la errata, que reúne algunas de las historias más divertidas y crueles del género. Porque no hace falta más que leer el tomito de Esteban -a quien, por cierto, un cajista convirtió, en una ocasión, en José Estorban- para darse cuenta de que la errata es, en sí misma, todo un género o una especie emparentada con la carcoma, el cáncer y los buitres quebrantahuesos y tan poderosa que, como recuerda Esteban, un crítico llegó a escribir acerca de un poemario del mexicano Alfonso Reyes: "Nuestro amigo Reyes acaba de publicar un libro de erratas acompañado de algunos versos".

Esteban reúne muchas erratas terribles y graciosas en su libro, desde la de una compañía que anunciaba en la prensa sus "seguros sobre la viola" (por vida) hasta un comentario sobre la obra de Alejandro Dumas La dama de las camellas (en lugar de camelias); desde un titular según el cual "Al último atún de Inglaterra ha respondido el rey de Marruecos con una afirmativa" (por ultimátum) hasta otro anuncio de un diario en el que se reclamaba una "secretaria con ingles" (sin acento, en lugar de inglés). En la obra de José Esteban encontramos dos erratas terribles que solía contar, por cierto, Rafael Alberti: en la primera, un poeta cubano homosexual tuvo que hundir en el mar la edición completa de un poemario que le había publicado Manuel Altolaguirre cuando vio que su verso "Siento un furor atroz que me devora" se había convertido en "Siento un furor atrás que me devora"; en la segunda, podemos imaginar la palidez de Vicente Blasco Ibáñez cuando vio una línea de su novela Arroz y tartana donde la palabra "ceño" había sido confundida de manera espantosa: "Aquella mañana, doña Manuela se levantó con el coño fruncido".

Por cierto, que no sé si será cierta una errata apócrifa según la cual en los años sesenta apareció en un periódico gallego un suelto en el que se aseguraba que, antes de cada reunión ministerial, Francisco Franco solía entrar en la alcoba de Carmen Polo "en busca de su conejo" (por consejo).

Ramón J. Sender tuvo que ver cómo en la primera edición de su Mr. Witt en el cantón se le añadió una h a "God save de Queen" (Dios salve a la reina), quedando "God shave the Queen" (que Dios afeite a la reina).

Y al novelista Alfonso Hernández Catá, cuando se quejó de que le habían cambiado "relegar a un monasterio" por "regalar", le contestaron: "No se asuste. ¡Si viera cómo llamamos la semana pasada a la Purísima Concepción!".

Un libro exquisito, gracioso y un poco malvado, el de Pepe Esteban, que ayer me hizo imaginar alguna errata perversa en los titulares, por ejemplo, de este mismo periódico, de esta misma sección. ¿Se imaginan? "El alcalde aceptará cualquier falo del Tribunal de Cuentas" (por fallo); "Barón impone seguir de eurodiputado segundón en la lista de Jiménez" (por para ir segundo) o "Decomisadas 3.500 almas blandas en la región en 2002" (por armas blancas).

Que nadie se enfade, son sólo bromas. Aunque, no sé, ¿es posible que, a veces -sólo a veces-, las erratas sean un ardid de la verdad, para dejarse ver entre tanta mentira? Quién podría decirlo.

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