Dos ideas de España
El PP y el PSOE han celebrado sus convenciones el mismo fin de semana, en una inocultable estrategia de contraprogramación electoral. En la batalla por las portadas, Aznar consiguió ocupar el primer plano con su anuncio-sorpresa -al estilo del de los 40 años de cumplimiento de condena- de presentar su candidatura al Ayuntamiento de Bilbao, convirtiéndose en la estrella de una convención que, en principio, estaba diseñada para el lucimiento y el protagonismo de los candidatos a sucederle. La cuestión vasca ha pasado así a dominar la convención del PP, y aunque el gesto de Aznar tiene una elogiable significación de solidaridad con los ediles vascos de su partido, ha quedado ensombrecido por la enésima utilización electoralista de la lucha antiterrorista.
Los lemas electorales del PP corresponden a la más clásica estrategia conservadora: menos impuestos, más seguridad, más calidad de vida. Una ecuación cuyos resultados no son evidentes porque, si las medidas de seguridad anunciadas son algo más que un brindis al sol, de algún modo se tendrá que pagar el gasto. Y no parece que de momento exista una evaluación de costes del ramillete de medidas con las que Aznar ha recibido el año. Conforme al estilo del PP como partido monolítico y jerárquico, Aznar se ha ocupado de concentrar todo el protagonismo para que ninguno de los candidatos a la sucesión asomara más de la cuenta. El PP tiene un claro déficit de hábitos democráticos, del que el proceso sucesorio es la más manifiesta expresión. Lo que se valora no es la capacidad de los potenciales candidatos para defender ideas y propuestas ante la opinión pública, como corresponde a la cultura democrática, sino el silencio, que sólo el rumor de las intrigas traspasa, como forma de sumisión a Aznar, que se arroga la voluntad del partido entero. "El partido de las Españas, de Santiago y de la Virgen del Pilar", como dijo Fraga, alardea de su unidad frente a un PSOE al que acusa de estar fragmentado en un montón de voces distintas. Mayor Oreja puso nombre a esta acusación: el PSOE, con el PNV y con CiU, estarían preparando una segunda transición, frente a la cual el PP representa el fortalecimiento de la unidad de España.
Esta demagógica amalgama no parece haber alterado a Zapatero, que ha seguido poniendo el énfasis en su tema preferido: otra manera de gobernar, otra manera de hacer las cosas. Por contraste con el arrogante y antipático estilo del PP, la sobriedad de Zapatero puede dar dividendos. Pero la alternativa, además de buenas maneras, tiene que tener contenido diferenciado. Y las novedades en la convención socialista han sido pocas. Fundamentalmente se trataba de reflejar que una idea de España, basada en la pluralidad y la lealtad, no es incompatible con la unidad.
Aunque estén ligados por un pacto en una cuestión esencial como la lucha antiterrorista, la idea de España que manejan el PP y el PSOE no es la misma. En sus seis años de gobierno, el PP ha ido recuperando los cabos sueltos del Estado autonómico para edificar lo que llama el fortalecimiento de la nación. El PSOE acepta la pluralidad básica de España como un valor a potenciar en un proceso de mayor dinamización y democratización de la vida pública. La cuestión de fondo, en el año en que la Constitución de 1978 cumple su 25º aniversario, es si la sociedad española ha aceptado la España plural y se ha creado una mayoría identificada con esta idea de Estado compuesto y heterogéneo o es mayoritaria la identificación con la idea unitarista y homogénea de España. Quizás en torno a esta cuestión se decidan, en parte, las próximas elecciones.
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