Tonterías
Una entrevista a medianoche en el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales. El que todavía era consejero delegado de Aguas de Valencia, Aurelio Hernández, visitó a Eduardo Zaplana en la sede de su departamento a horas intempestivas el 1 de noviembre, un mes antes de ser destituido en medio de un escándalo notable que ha sacado a la luz el intento de utilizar la empresa para financiar un grupo de comunicación instrumentalizado por el PP. Al ministro le parece que ésa y otras gestiones suyas reveladas por el secretario general del PSPV, Joan Ignasi Pla, son "tonterías". Zaplana piensa que lo está haciendo muy bien porque "la oposición está histérica y lejos de poder ganar". Toda una declaración de principios. Nadie puede esperar que el ex presidente de la Generalitat entienda lo que quiso decir Fernando Pessoa cuando escribió que "toda victoria es una grosería", pero al menos sí que algunas "tonterías" ofenden al personal. Una tontería es, por ejemplo, que el alcalde de Castellón, José Luis Gimeno, se vea en los tribunales por haber permitido supuestamente que se falsificase un recibo de menor cuantía de la compañía beneficiada con el proyecto de urbanización (uno más) de los solares de la antigua estación. Una tontería es que el Ayuntamiento de Benidorm, presidido por Vicente Pérez Devesa, haya gastado por enviar a 13 voluntarios a las costas afectadas por el desastre del Prestige lo que no cuesta un viaje turístico a Galicia. Una tontería es que el alcalde de Alicante, Luis Díaz Alperi, cuele por sorpresa, ante la estupefacción general, un convenio que cede por menos de un millón unos terrenos municipales que valen 15 veces más. Una tontería es que su amigo (de Zaplana y del PP) Ángel Fenoll acumule condenas y procesos por casos de corrupción en la comarca de la Vega Baja. Tal vez fue una tontería de Pessoa escribir en su Libro del desasosiego que "los vencedores pierden siempre todas las cualidades de desaliento con el presente que los llevaron a la lucha que les dio la victoria". Sí que lo es, sin duda, que un político no se dé cuenta de que ganar resulta a menudo una forma tan sucia como estúpida de merecer la derrota que llegará.
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