La gaviota
Anda la gaviota algo desnortada por estos parajes de la sierra madrileña. Confieso que es un animal que siempre me ha resultado simpático. Bello, ágil y veloz, es el paradigma de lo que debe ser un ave. Bien es verdad que los que entienden del asunto me dicen que, como la paloma, es un animal feroz, y que puede tornarse agresiva hasta con sus congéneres si se siente amenazada en lo que considera su territorio, porque, aunque parezca de costumbres gregarias, es, en realidad, un ave solitaria y egoísta, que sólo busca la compañía y el favor de los individuos de su clan.
Y es una verdadera lástima porque, por su inteligencia, sus cualidades para el vuelo y su capacidad de adaptación podría liderar todavía muchos años el reino de las aves. Sin embargo, su egoísmo, su enorme envidia por el vuelo brillante de sus amigos y sus luchas fratricidas por un trozo de pescado, la pueden llevar a la autodestrucción.
Al parecer, el problema de la gaviota se agudiza cuando se aleja de lo que debería ser su hábitat natural -la mar-, donde goza de una clara mayoría, e intenta colonizar otros ecosistemas que no son el suyo. Entonces, para sobrevivir, se hace carroñera, olvida los principios de su líder, Juan Salvador Gaviota, y no se esfuerza -ni se sacrifica- para buscar nuevas técnicas de vuelo que la hagan progresar como individuo, en beneficio propio y de todas las aves del reino.
Si en lugar de esperar, perezosamente, a que su líder le traiga la comida al pico elevara el vuelo y perseverara en alcanzar la perfección aeronáutica, seguro que encontraría nuevas e insospechadas fuentes de recursos, sin tener que disputárselos a la más variada fauna terrestre, entre escombros y restos de basura.
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