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COPAS Y BASTOS
Columna
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En el andén

Un rumor recorre la ciudad: en el andén de la estación de Provença, de los Ferrocarrils de la Generalitat, se producen aglomeraciones y cualquier día vamos a tener un disgusto. A las 8.30 horas de un día laborable, me acerco a comprobarlo. Oficialmente, con la intención de ejercer el periodismo de investigación. Extraoficialmente, con la esperanza de que, en el fragor del tumulto y los apretujones, alguna mujer no pueda reprimir la tentación de meterme mano como me merezco. En efecto, la confluencia de seis líneas (Sabadell, Terrassa, Sant Cugat, Rubí, Avenida Tibidabo y Reina Elisenda) origina, en las horas punta, amontonamientos. El andén es demasiado estrecho para el tráfico que debe asumir. Cuando el tren sale de la estación, lleva la suficiente velocidad para tener que lamentar algún accidente, sobre todo si los que bajan con prisas por las escaleras de la entrada de la calle de Rosselló se abalanzan, resbalan o tropiezan. Por eso, la empresa ha recurrido a medidas como emitir avisos por la megafonía cada tres minutos. El texto del mensaje, que sugiere alguna interpretación psicotrópica, dice: "Por favor, colóquense a lo largo de todo el andén".

Muchas personas hacen caso y se pegan a la pared para facilitar el paso a centenares de personas que convierten este espacio en una rambla que da acceso a nuestro medio de transporte más socialdemócrata. O puede que la gente arrime la espalda a la pared para guardarse de los movimientos de algún que otro carterista (se les reconoce fácilmente: son los únicos que parecen no ser culpables de nada). Hay muchos jóvenes con auriculares, mascadores compulsivos de chicle, estudiantes. Otra medida para prevenir consiste en que dos empleados de la compañía, uniformados con chalecos de un fosforescente amarillo, se sitúan en el andén y dirigen el intercambio de fluidos de personal entre convoyes y andén, trabajo ingrato donde los haya. La verdad es que hay mucha gente, y el comportamiento de algunos de los presentes es bastante absurdo. Se detienen al llegar al andén, forman grupos que dificultan el paso de los demás, se acercan demasiado a la vía, como si de un barranco sobre olas encrespadas se tratase y ellos fueran a participar en un congreso de poetas suicidas.

Comento la jugada con un hombre con cara de asiduo. Me cuenta una teoría poco científica, aunque curiosa. Según él, en otras estaciones de metro hay más gente que aquí, pero el espacio es mayor y los viajeros no son provisionales, ni gente que utiliza el metro sólo durante un tiempo de su vida, sino que en las paradas proletarias e industriales, o de ciudades dormitorio, el personal sigue un ritual perpetuo al que se adaptan sin causar problemas, entre otras razones porque son conscientes de que la cosa va para largo. O sea, que saben que coger el metro no es un cachondeo. La media de edad también influye, añade mi lúcido interlocutor: aquí hay muchos niños y chavales en la edad del pavo mientras que en, pongamos, Fabra i Puig o Pubilla Casas, abundan los adultos que saben comportarse. "No es lo mismo un universitario que un currante", remata (olvidando quizá que muchos universitarios son hijos de currantes). Luego, nos despedimos y él se sube a un tren con destino a Terrassa.

Frenazos, pitidos, convoyes entrando y saliendo y unos monitores que combinan información de horarios con un canal propio (con, incluso, información sobre las pistas de esquí) amenizan la espera. Me subo a un vagón que va a tope y recuerdo un chiste que contábamos cuando era pequeño. ¿Cómo se dice metro en alemán? Suben-estrujen-bajen. En uno de los asientos, un chico con cara de estar pasándolo en grande lee Soldados de Salamina, ese espléndido libro cuyo éxito puede medirse por la envidia que provoca entre los colegas de Javier Cercas. Casi todos los demás viajeros hojean ese periódico que regalan, top-manta legalizado de la ciencia informativa, y que, por respeto al periodismo de pago, finjo no haber visto. Al llegar a casa, me disfrazo de reportero y telefoneo a la empresa de los ferrocarriles para saber qué piensa hacer para resolver el problema de la estación de Provença y si tiene previstas obras de ampliación. Las tiene previstas, me dicen, aunque también confiesan que tardarán un poco. Primero hay que redactar el proyecto de ampliación del andén y del vestíbulo de la salida de la calle de Rosselló y luego, tras la convocatoria de un concurso público, licitar las obras. Mientras tanto, sólo pueden hacer lo que ya hacen: repetir los avisos por megafonía, situar a controladores en los andenes, aumentar la frecuencia de trenes en horas punta, esperar a que el sentido común se imponga y rezar para que no ocurra nada.

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