La historia o el récord
Gavin Menzies, ex oficial de la Marina Real Británica, se está haciendo de oro en los Estados Unidos a cuenta de un libro de historia. El volumen, titulado 1421: el año en que China descubrió América, defiende la tesis de que los chinos llegaron al Nuevo Mundo setenta y un años antes que Cristóbal Colón. Gavin Menzies habla de una flota china que partió en el siglo XV, bajo el mando del almirante Zheng He, visitando África, Asia, la Antártida y América, y dejando rastros de su presencia en cada uno de esos continentes. Lo cierto es que la fantástica tesis ha encandilado a los norteamericanos (esos seres profundamente impresionables), que se han lanzado a comprar el libro en cantidades industriales.
Personalmente, me parece irrelevante que el viaje de los chinos a América en 1421 fuera real o no. Se ha elucubrado acerca de esa posibilidad con los vikingos o los vascos. Lo de los vascos parece improbable (es algo que nos seduce: la documentada presencia vasca en las costas del Canadá en los siglos XVI y XVII anima a este pueblo nuestro, inventor de gestas, a inventar alguna más), pero la posibilidad de que los vikingos llegaran a América resulta verosímil. Está demostrada su colonización de Groenlandia al filo del año 1000, y no parece inconcebible que aquellos diestros marinos se aventuraran un poco más allá. En cuanto al viaje de los chinos, sólo va a dejar en la realidad un efecto notorio: los generosos derechos de autor que siempre corresponden al propietario de un best-seller.
Lo cierto es que la historia, disciplina que exige, por definición, el sedimento de los años, corre el riesgo de verse contaminada por nuestro particular fetiche perceptivo: la actualidad. No nos seduce la verdad, sino la actualidad. El periodismo, como se sabe, no persigue la verdad, persigue la actualidad. Nada hay más banal ni trasnochado que el periódico de ayer.
Hacer de la historia una competición para ver, como en este caso, "quién llegó primero", es hacer de ella un absurdo libro de los récords. Poco importa si un drakar vikingo, un junco chino o un maloliente ballenero de Bermeo llegaron a América unos siglos, unos años o unos minutos antes que Colón. El verdadero descubrimiento de América corresponde a la flotilla de 1492 porque fue esa expedición la única que iba a cambiar la historia. Cualquier visita anterior, de haber existido, sería tan sólo eso: una visita, un hecho más curioso que importante.
Estamos empeñados en hacer de la historia un voluminoso periódico, pero nada hay tan contrapuesto como la relevancia a largo plazo de un hecho histórico y la insignificancia de un hecho actual, candente, de esos que en pocos días no dejan rastro alguno. Forma parte de esa misma perversión la extensión indiscriminada del adjetivo "histórico". Los medios de comunicación, los comentaristas propensos a la hipérbole, se obstinan en denominar histórico un partido de fútbol, una corrida de toros, o la declaración de cualquier político borroso. Pero la historia es implacable con la actualidad.
La confusa segunda mitad del siglo XX, que a nosotros se nos antoja decisiva, quizás deje escasa huella. A la II Guerra Mundial le siguieron unas décadas mediocres de las que la historia apenas salvará dos hechos verdaderamente "históricos": la caída del imperio comunista y la revolución informática. Hasta la Unión Europea (ese ambicioso proyecto de otro tiempo que ya se ha convertido en un cicatero club de Estados) corre el riesgo de acabar como una zona de libre comercio que apenas ocupará espacio en los libros de siglos venideros.
Se hace verdadera historia cuando alguien propina un golpe de timón. La historia no es la mejora de una marca deportiva, pero los hábitos que impone la actualidad nos llevan a concebir el descubrimiento de América como algo completamente absurdo: una regata por ver quién llegó primero. Fuera quien fuera quien pisó primero América, la historia se mereció a Colón. Sólo ese viaje iba a cambiar las cosas. El chino, el vikingo o el vasco, de haber mejorado la estadística, sólo se merecerían un parrafito en el Libro Guinness de los Récords, esa curiosa colección de chuminadas.
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