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Reportaje:ESCENARIOS

Crepúsculo de guitarras siderales

Diego A. Manrique

Esta es la última de una tanda de entrevistas que Ryland P. Cooder ha concedido en París durante una semana. A pesar del cansancio, se parte de risa al oír que en la prensa cubana su nombre va acompañado inevitablemente por la coletilla "el guitarrista de los Rolling Stones". Es un error que revela la calidad de la información que allí se maneja y el ansia de reconocimiento anglosajón.

En realidad, Cooder entró en la órbita de los Stones a finales de los sesenta, cuando el grupo buscaba sustituir a Brian Jones y quería profundizar en músicas de raíz estadounidense, de las que Ry era estudioso y practicante. No fue elegido, algo inevitable: "Tengo un ojo malo, soy demasiado alto, mis pies son muy grandes... no doy el tipo".

Pero estuvo tentado. Hoy, asegura, ya no guarda rencor: "No se portaron bien, en aquellas jam sessions salieron ideas musicales mías que luego se convirtieron en éxitos suyos. Con el tiempo he sabido que Mick Jagger y Keith Richards siempre tomaban hallazgos ajenos, que incluso firmaban temas que habían partido de Bill Wyman u otros del grupo".

No se arrepiente: "Ahora podría ser millonario... o un cadáver. Los Stones es un trabajo de alto riesgo". A cambio, tenemos una obra prodigiosa: entre 1970 y 1994, Cooder realizó abundantes bandas sonoras y editó una docena de discos donde exploró muchos rincones oscuros de la música de Estados Unidos, aparte de aproximarse a los sonidos de Tuva, India, Hawai, Bahamas, Okinawa.

Su vida cambió en otra isla: "Mi deslumbramiento por Cuba fue encontrar unos músicos prodigiosos que vivían marginados pero que conectaban con su comunidad, nada de reliquias". El resto ya es historia: Buena Vista Social Club fue todo un fenómeno comercial y cultural, motor de un boom de la música cubana no exento de polémicas.

Ahora, Ry Cooder puede

entender las tormentas que aquel éxito desencadenó: "Es comprensible que los jóvenes músicos cubanos se sintieran menospreciados, yo hubiera sentido lo mismo. Pero son bandas que tienen su público, que graban, que actúan dentro y fuera de Cuba. Por el contrario, yo trabajé con Compay Segundo, Ibrahím Ferrer, Rubén González... literalmente, jubilados. Aparte de lo injusto de su pobreza, las circunstancias políticas habían impedido su desarrollo como creadores, ¡y tenían tanto por decir!".

También se reprochó a Ry Cooder su nostalgia: sus producciones sonaban a los años cincuenta. "Sí, es una edad de oro de la música cubana que me fascina. Pero ahora estoy siendo más heterodoxo". Se refiere a Buenos hermanos, próximo trabajo de Ibrahím Ferrer, y Mambo sinuendo (El Perro Verde/ Warner Music), el disco que ha hecho con Manuel Galbán: "A mí no me da satisfacción el grabar en solitario. Tampoco es una tragedia, a pesar de lo que digan: mis discos no se vendían demasiado. Lo último que hice fue A meeting by the river (1993), con V. M. Bhat, y Talking Timbuctu (1994), con Ali Farka Touré".

"En Manuel Galbán descubrí a un Pérez Prado de la guitarra, un Duanne Eddy cubano que sonaba futurista con Los Záfiros. Cuando le conocí, hacía son tradicional con la Vieja Trova Santiaguera; le propuse desarrollar lo que se intuía en sus trabajos de los sesenta. Yo llevé a La Habana amplificadores e instrumentos de época y nos dedicamos a experimentar, tocando Échale salsita o Drume negrita, pero también improvisando temas como Los twangueros".

Galbán está orgulloso de

Mambo sinuendo, pero confiesa que su sueño sería grabar un disco totalmente en solitario, tocando diversos instrumentos. La idea deja descolocado a Cooder: "¿Eso dice? Sí, podría hacerlo pero no saldría lo mejor de sí mismo".

Bueno, ocurre algo parecido con Ibrahím Ferrer, que ansía grabar un disco de boleros: "Sí, eso ya lo sabía. No obstante, yo hago valer mis privilegios y surgen discos más variados". El productor toma decisiones creativas, explica: "No me atormenta imponerme en eso. En Cuba, felizmente, escasea la tecnología moderna y no salen esos discos horribles con teclados imitando a los metales y programaciones en vez de secciones de ritmo. Pero esa música ya suena en toda La Habana y me aterra. Inconscientemente, la admiración por ese sonido, el de las producciones de rap, revela un anhelo de parecerse a Estados Unidos. Y el rap, aquí no me importa parecer intolerante, es el triunfo del individualismo y el materialismo. Políticamente, estoy en contra del embargo, pero el día que se reanuden las relaciones y se pueda viajar en ambos sentidos, cuando en Cuba entre la cultura estadounidense, la música cubana empezara a envenenarse".

Los músicos Manuel Galbán (izquierda) y Ry Cooder.
Los músicos Manuel Galbán (izquierda) y Ry Cooder.MICHAEL WILSON

Tras los zafiros

MANUEL GALBÁN fue el director musical de Los Záfiros, una de las más maravillosas anomalías de Cuba: en los años sesenta, con el país prácticamente en guerra con Estados Unidos, ellos triunfaron cantando doo-wop a lo cubano: "Los Záfiros eran tan populares que estaban por encima de las consignas de hacer canciones revolucionarias. En realidad, se les toleraba todo". Por lo que cuenta Galbán, su modo de vida era una versión local del sexo, drogas y rock and roll, con el alcohol tomando el lugar de las drogas y cobrándose finalmente las vidas de Ignacio Elizalde y Eduardo Hernández: "El ron y las mujeres convirtieron a Los Záfiros en un infierno, no se respetaba nada. Yo les dejé en 1972 y lo que siguió fue la decadencia. Aún hoy, viene gente a mi casa a pedirme ayuda para formar grupos en la misma onda. Hay unos nuevos Záfiros, pero también surgieron Záfiras o Zafiritos, cuartetos de muchachas o de niños, todo lo que uno pueda imaginarse".

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