Con un lápiz en la mano
Hasta ahora, la obra más visible de Íñigo García Ureta eran dos poemarios Insol(V)encias (1999) y Dirección de la derrota (2000), pero su primera incursión en la prosa no le ha hecho abandonar cierto halo poético, que parece estar presente en todo lo que escribe. Todo tiene grietas se presenta como un diario dictado por referencias musicales, unas referencias donde tienen cabida John Lee Hooker, Charlie Parker o el incombustible Leonard Cohen.
Lo más sugestivo del libro es su tono confesional, aunque tanto el prologuista, Enrique Vila-Matas, como el propio autor en su Nota aclaratoria, se obstinan en deslindar el personaje del libro con el personaje que lo ha escrito. En mi opinión, el tema de la identidad, en literatura, resulta completamente irrelevante. La indagación en lo que pueda haber de confesional o no en cualquier libro corresponde a morbosos vecinos de escalera y no a lectores serios. En ese sentido, lo que se debe valorar de Todo tiene grietas es una prosa descomprimida, libre, salpicada de referencias musicales, literarias o cinematográficas, un cajón de sastre atestado de tejidos de la más variada especie, pero siempre sugestivos y estimulantes.
Todo tiene grietas
Íñigo García Ureta. Trama Editorial. Madrid, 2002. 197 páginas.
El autor comenta su realidad interior y exterior, sus provisiones culturales, pero ciertas referencias (los atentados del 11 de septiembre en Nueva York, la guerra de Afganistán o la muerte del premio Nobel Camilo José Cela) sitúan el diario en el tiempo. A páginas de sabor autobiográfico (el autor toma altura cada vez que retoma sus estancias en Manchester o en Washington D.C.) les suceden textos delicados y tiernos, como el que dedica a la muerte de W.G. Sebald, o transcripciones de canciones que, de una u otra forma, remiten al lector a algún momento de zozobra personal.
Lo mejor del libro es su desenvoltura, su capacidad para transgredir el ámbito personal y hacer con él literatura, y una cuidadosa (o quizás involuntaria) sucesión de leiv motivs, como la casa de los padres, siempre misteriosamente vacía, que el autor utiliza en los retornos a su ciudad de origen.
García Ureta ha firmado un libro audaz y estimulante, uno de esos libros que, como todos los buenos diarios, debe leerse con un lápiz en la mano, para atrapar esas frases que de forma repetida encandilan al lector.
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