"¡Vete ya!"
El Calderón dicta sentencia contra Gil y apoya tanto a Luis como a los jugadores en el primer juicio público tras la última crisis
Jesús Gil, recibido con sonoras voces de rechazo por el público del estadio Calderón, tuvo que abandonar el palco, su palco, al cuarto de hora del segundo tiempo. No llegó a ver el tanto de artesanía de Fernando Torres. Antes, unos minutos antes, su corazón, aparentemente en forma durante la semana de pasión previa, decidió que ya estaba bien de tanta tensión, de tanto alboroto, y protestó acelerándose hasta obligar a su dueño a pedir asistencia médica. El presidente del Atlético, al que se implantó un marcapasos días atrás, tuvo que abandonar su asiento y ser atendido por el doctor Villalón. Al poco tiempo, un chófer le llevó a su casa.
Antes, exactamente a las siete menos cinco minutos de la tarde, cuando su figura emergió del antepalco, Gil recibió la sonora censura de los hinchas rojiblancos. "¡Gil, cabrón, fuera del Calderón!", "¡gordo, vete ya"! y "¡hasta los huevos de la familia Gil!" fueron los ripios más populares coreados por el fondo sur, la zona donde se sitúan los seguidores más fanáticos del club. Pero en esta ocasión, a diferencia de otras, a los estribillos ofensivos de los radicales se unieron los silbidos y los murmullos subidos de tono de desaprobación del resto de la afición, que se giró con enfado hacia el palco,
Gil aguantó el chaparrón con el gesto torcido, pero con serenidad hasta que no pudo aguantar la presión de su sangre golpeándole en el pecho y se marchó, junto a los médicos, a su domicilio. Los aficionados pudieron así, con gritos, dar su opinión sobre la secuencia de los acontecimientos de la semana: el domingo pasado, Gil señaló con el dedo a Otero, Carreras y Santi; éstos respondieron a su presidente al día siguiente con dureza; Luis, el técnico, y Futre, el director deportivo, se pusieron de parte de la plantilla; el veterano preparador amenazó con dimitir; Gil pidió perdón y cerró el sábado, de forma aparente, la crisis hasta nueva orden.
"El mejor partido"
En cambio, a Luis los hinchas le recibieron arropándole con un soniquete de aliento: "¡Luis Aragonés, Luis Aragonés, Luis Aragonés!". Pero Luis estaba a lo suyo. Sentado en el banquillo, junto a los voluntarios de la Cruz Roja, concentrado y silencioso. Ni siquiera se inmutó cuando Jose Mari marcó para su equipo en el primer minuto. Su reacción no fue la de saltar eufórico, sino la de llamar a gritos a Contra y, moviendo las manos en el aire con vehemencia, darle instrucciones. Tampoco le alteró el empate del Deportivo, cuatro minutos después.
Luis, muy centrado, había decidido meterse en su caparazón y prestar sólo atención al juego que se desplegaba ante sus narices. Sin embargo, cuando acabó el partido, sonrió. Y no es frecuente ver al veterano preparador cambiar el rictus de la cara. Luis estaba contento, muy contento. Y no le importó decirlo: "Ha sido el mejor partido que hemos hecho en toda la temporada". Una vez más, los jugadores no habían fallado a su jefe, a pesar de lo desconcertante de su actitud en algunos momentos de la crisis.
Precisamente, dos de los principales afectados por esa crisis, Carreras y Otero, dos de los jugadores con papel protagonista en la marejada atlética, llegaron en el mismo coche para ocupar su sitio en la grada. Eran las cinco y cuarto de la tarde. El estadio estaba vacío. Todavía no recorría la grada ningún grito de guerra. Una hora más tarde, los jugadores correteaban cansinamente por el césped junto a Luis, su técnico, el mismo que había amenazado el miércoles con dimitir y después dio marcha atrás. El público, el poco público que no llegó justamente a la hora por el frío, les miró indiferente. Un poco después, la megafonía recitaba los nombres de los futbolistas y se detuvo en el de Santi, otro de los implicados. El veredicto fue más que indiferencia: tímidos aplausos, como siempre.
De hecho, el público, aparte de mostrar su voto de censura al máximo dirigente de la entidad, con quien realmente se excitó fue con el Mono Burgos. El excéntrico portero argentino, que falló estrepitosamente en el tanto del Deportivo, recibió una sonora pitada. Y no es la primera vez. "Está borracho", exclamó fuera de sí un hombre abrazado a una bufanda. Después, cada vez que el balón pasaba siquiera remotamente cerca de Burgos, un murmullo de inquietud recorría el esquinazo del estadio. También, aunque en este caso con el pulgar hacia arriba, los aficionados se volcaron en el apoyo a su joven ídolo: "Fernando Torres, lo, lo, lo..., Fernando Torres".
Al acabar el partido, los jugadores rojiblancos se marcharon a un córner y aplaudieron a la grada. Mientras tanto, Luis desaparecía, raudo, por el túnel de vestuarios. Su nombre, amplificado por los grito de la afición, despidió al equipo: "¡Luis, Luis Luis!".
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