SimCity
Los sueños se convierten en pesadillas si se someten a la voracidad de lo real. Le ha ocurrido a la Ley Reguladora de la Actividad Urbanística (LRAU), un texto legal, observado -y hasta copiado en parte- por otras administraciones, que la Generalitat Valenciana puso en marcha en 1994, todavía en periodo socialista, con la intención de movilizar suelo para incorporarlo al mercado, favorecer el desarrollo urbano bajo control público, aumentar la oferta de viviendas e invertir el proceso de edificar antes de urbanizar que dejó tantas cicatrices en los barrios. Mediante los programas de actuación integrada (PAI) y el instrumento del agente urbanizador, que permite a una empresa urbanizar suelo sin contar con el consentimiento de sus propietarios, la maniobra podía resultar perfecta en un mundo perfecto. También podía ser un desastre en la jungla de la política y la construcción, como es el caso. El inmaculado "delegado público" bajo control democrático que debía ser el agente urbanizador se ha revelado un arma letal en manos de los depredadores reales controlados por los políticos de carne y hueso. El mismo artífice de la ley, Gerardo Roger (que defiende ahora correcciones en la normativa para fomentar "la transparencia y la publicidad" y establecer garantías más rigurosas), ha reconocido problemas en "el modo de aplicación de la LRAU por los ayuntamientos en función de sus diversas concepciones ideológicas". Lo de "diversas" es un decir en este país nuestro de hegemonía del PP donde el modelo de ciudad brilla por su ausencia y la avaricia rompe todos los sacos. Escasez de vivienda protegida, dejadez de la ciudad existente, trasvase de habitantes hacia la periferia, concentración de negocio en pocas manos y abusos sobre los afectados conforman el paisaje. Que los extranjeros residentes en el litoral valenciano, con sus embajadores de abogados, hayan montado en cólera es sólo el último de los estragos de una norma más propia de SimCity, ese juego de ordenador que simula la gestión de ciudades, que de un país con millones de metros cuadrados urbanizados y una legión de propietarios atropellados por el poder.
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