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Columna
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P+E5+H3

José Luis Ferris

Si usted es de los que de vez en cuando se reúnen con amigos en la barra de ese bar que le pilla cerca del trabajo y alguna vez -es sólo un suponer- le ha dado por decir que la psicología, por ejemplo, no es una ciencia exacta, más vale que mañana mismo se desdiga del asunto y pague la ronda de cafés para restituir su imagen. Lo he leído hace nada y le aseguro que mi ignorancia ha sufrido un empacho nada más saberlo. Eso del equilibrio emocional, la depresión postparto, la autoestima y demás procesos mentales o, si lo prefiere, todo lo que ha traído de calle a presocráticos, neoplatónicos, escépticos, racionalistas y otros teóricos del espíritu empeñados en destripar, pieza a pieza, los mecanismos del deseo, la tristeza o la ambición, todo en sí, aislado o en su circunstancia, resulta que se podía reducir a una simple fórmula matemática que aún estaba por descubrir y que, por fin, tras un largo proceso empírico (inspirado por Berkeley y Hume), ha sido hallada y resuelta en un despacho de Londres.

Una ecuación tan sólida como P+E5+H3, parece mentira, ha visto la luz gracias al agudo cerebro de la psicóloga británica Carol Rothwell. Y, la verdad, una vez vista y analizada ocurre que simplifica de golpe cientos de siglos de retórica mental y desvela por completo el sueño más perseguido por el hombre desde que se sostuvo erecto sobre dos de sus patas: la Felicidad. Les resumo: P es igual a individuo (sus perspectivas, su aguante, su capacidad de adaptación...); E corresponde a necesidades existenciales de segundo orden (salud, dinero, afecto, etc.); H equivale a las aspiraciones más elevadas (autoestima, ambición, sentido del humor...). De este modo y para alcanzar la felicidad de lleno, solo hay que añadir a P tres partes de E y cinco de H, cruzar las valencias entre necesidad existencial y valores elevados y que le den al mundo.

La verdad, no sé cuánto tardará la clase política en rentabilizar una fórmula de este calibre, pero las elecciones municipales y autonómicas están ahí. Venderla en frascos es una opción bastante acertada, pero antes hay que comprar a la jodida británica los derechos de explotación y adelantarse al enemigo. La carrera acaba de empezar.

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