Shakespeare en Lavapiés
Una representación fresca y juvenil: con lo que tienen esas palabras de bueno y de malo. Unas invenciones de Ángel Gutiérrez, "niño ruso", alumno y creador en Moscú, profesor hoy en Madrid de arte dramático, que tiene su escuela propia y su teatro para ella en Lavapiés: en la calle de San Cosme y San Damián. Estaba llena el viernes: larga cola en la calleja oscura, esperando la apertura de las puertas; aglomeración interior esperando la apertura de la sala. Gutiérrez empieza con canciones rusas y todos terminan, también -hadas, elfos, artesanos- cantando un vals sentimental ruso, después de haber ido pasando por tangos, milongas, valses criollos y alguna cosa más. Los trajes y los decorados tienen una lejana inspiración en los prerrafaelitas ingleses y, sobre todo, de su continuador, el checo Alfredo Mucha.
El sueño de una noche de verano
William Shakespeare. Intérpretes: Diego Santos, David Pérez, Alia Ben Issa, Patricia Díez, y otros de la Compañía de Teatro de Cámara Chéjov. Escenografía, vestuario, iluminación, sonido y dirección: Ángel Gutiérrez. Teatro Chéjov.
Es difícil leer en esta representación otra idea que la que tiene uno hundida como un clavo en la cabeza después de tantas revistas (se puede decir que en Madrid es una obra muy frecuente): para Ángel Gutiérrez, con su sentimentalismo de escuela, es el Amor con mayúsculas en la nota del programa, y en mayúsculas también dice que "sólo el amor mueve al mundo". Ojalá fuese verdad. Yo soy muy partidario. Y del moderno "haz el amor y no la guerra". De todas formas, en esta obra he visto siempre una ironía profunda de Shakespeare: la facilidad de enamorarse y desenamorarse que tienen hombres y mujeres, y de cambiar de pareja, por el deseo del gran mago Oberón y de las obras de su duendecillo Puck, por el influjo del aroma de una flor exótica. Por cierto que Oberón y Puck salen del armario y son protagonistas de una escena de amor homosexual, mas cómoda de ver para la burguesía, porque el papel de Puck lo interpreta una mujercita encantadora: escena muda, naturalmente, porque Shakespeare no la escribió, aunque no me extrañaría que la soñara o que la buscara por sus entornos, como nuestro Wilde -digo nuestro por su libertarismo; y, claro, libertinismo- en los repartidores de telégrafos.
La compañía: es cambiante, y muchas actrices y actores cambian de papel en representaciones sucesivas, lo cual es muy bueno para su formación de escuela. Entre los que vi el viernes los había, como en las compañías profesionales con tanto reparto, buenos, malos y regulares. Su ventaja era el entusiasmo, el ardor, la buena fe con pocos trucos. Su defecto, una excesiva lentitud de dicción que se puede achacar al director y creador de todo el espectáculo (no sé si autor de la versión, porque no aparece el nombre en el programa: algo que se va haciendo frecuente).
Llena la sala, los aplausos fueron muy nutridos, y la sensación era que más que encanto habían encontrado un trabajo extraordinario por parte de todos.
Babelia
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