Gaudí, entre Rusiñol y Dalí
ORIOL BOHIGAS
El Año Gaudí, clausurado hace pocos días, ha sido eficaz en muchos aspectos, sobre todo en sus esfuerzos de divulgación, desde las numerosas y variadas exposiciones hasta la publicación de monografías y catálogos. A esas alturas, Gaudí debe de ser ya el arquitecto del siglo XX con la bibliografía más copiosa. No estoy muy seguro, no obstante, de que los nuevos textos hayan aportado puntos de vista críticos muy nuevos. Se han precisado y sistematizado muchos datos, fechas y atribuciones concretas y se ha logrado un buen corpus documental sin abrir demasiadas puertas a nuevas interpretaciones críticas. Diría que las escasas visiones relativamente nuevas han venido de la mano de Juan José Lahuerta con la exposición Universo Gaudí en el CCCB y con la reciente publicación de una Antología contemporánea (Alianza Forma), un libro aparentemente modesto que reúne los textos escritos y publicados durante la vida de Gaudí y en los años inmediatamente posteriores a su muerte, que suelen ser citados en las bibliografías exhaustivas pero están poco divulgados y, a menudo, no introducidos en los juicios históricos y críticos de la obra del gran arquitecto. Abarcan de 1889 a 1937 y, por lo tanto, explican cómo Gaudí fue recibido en su propio ambiente social y artístico e incluso cuál era el talante cultural de este ambiente, con lo que se pueden descubrir errores interpretativos que se han ido arrastrando en las sucesivas apropiaciones críticas.
En la presentación Lahuerta ya explica las consecuencias del análisis de estos textos. Demuestran, por ejemplo, que Gaudí fue muy considerado ya desde sus inicios y que es falsa la idea de que era un marginado artística, social o políticamente. Al contrario, fue considerado un maestro durante el modernismo y siguió siéndolo cuando los nuevos aires noucentistes lo adoptaron como tal, aislándolo de los furores antimodernistas que proponían derribar el Palau de la Música Catalana o limpiar de ornamentos decadentes las casas burguesas del Eixample. Los artículos de Joaquim Folch i Torres fueron fundamentales en esta etapa porque llegaron a establecer una interpretación noucentista de la obra gaudiniana. La fórmula consistió en olvidarse de los símbolos y la ornamentación, de las raíces plásticas del fin de siglo y explicar la obra como la imposición de un nuevo orden que superaba la historia de los estilos y que, como tal, se atribuía un espíritu clásico intemporal e incluso una vocación mediterránea. Alguien llegó a decir que la Sagrada Familia sería el nuevo Partenón. Fue en los artículos de Folch y de Rubió i Bellver donde arrancó la idea de ese nuevo orden basado en la geometría de las figuras curvas y alabeadas y en un sistema constructivo que superaba definitivamente el dintel clásico, la bóveda románica sobre muros y los contrafuertes góticos: la "síntesis arquitectónica", como decía Rubió. Es ésa una idea que se mantiene firme hasta hoy en las posteriores interpretaciones más canónicas, como se ha comprobado en la exposición central del año conmemorativo en el Tinell, basada todavía en esa visión tan sesgada que ni siquiera es aplicable a la mayor parte de las obras. Es curioso que el entramado crítico más divulgado sea el que se inventaron los noucentistes para aislarlo del desprestigio del modernismo sin ni siquiera cotejarlo con las técnicas contemporáneas del hierro y el hormigón que ya utilizaban los ingenieros de todo el mundo. Años después, los arquitectos racionalistas del GATCPAC utilizarán otro truco para salvar a Gaudí de las diatribas antimodernistas: las fotos de los alabeados escultóricos no ornamentados como anticipación de la escultura abstracta. Por eso, los noucentistes se referían siempre a la Sagrada Familia y los racionalistas, a la Pedrera. En definitiva, el prestigio de la obra de Gaudí ha sido, pues, mantenido con extrema beligerancia, aunque en cada etapa hayan variado los objetivos de su evaluación.
Quizá hay que decir también que, en conjunto, los escritores catalanes -y los escasos extranjeros- no muestran en esta antología una excesiva perspicacia crítica ni un conocimiento de la arquitectura internacional contemporánea y se mueven casi siempre impulsados por argumentos extraarquitectónicos -o reducidos a la justificación del "orden"-, quizás con la excepción de Francesc Pujols y Jean Cassou, cuyos textos tienen un alcance discutible pero con un alcance más general. Las páginas de Pujols son excelentes. Pero los que mantienen más actualidad y aparecen con mayor radicalidad convincente son los que contribuyen a crear el mito religioso, ciudadano y nacional, relacionado siempre con la construcción del gran templo expiatorio. No se trata solamente de los conocidos artículos de Joan Maragall, sino también de los correspondientes al ámbito noucentista, los cuales no dudan en incluir fervorosamente a la Sagrada Familia en el repertorio de la reivindicación del catalanismo y de la reconstrucción nacional. Con lo que se demuestra que la simbología patriótica de la obra gaudiniana fue -y está siendo- otro factor de continuidad que supera las evoluciones artísticas, los avatares políticos, las calidades objetivas y hasta los errores de su apasionada e irracional extrapolación.
La disposición en que Lahuerta publica estos textos en el libro es ya una tesis sobre el periodo, al definir estrictamente siete episodios que corresponden al mito, a la normalización noucentista, a la síntesis arquitectónica, a la exposición de París de 1910, a la versión de Pujols y a la irrupción internacional del surrealismo. Empieza con Santiago Rusiñol y termina con Salvador Dalí. Un libro que con la simple serie documental, explica e interpreta fenómenos sociales y culturales fundamentales.
Oriol Bohigas es arquitecto.
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