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Columna
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El núcleo

El importante descenso de las acciones de McDonald's, la reducción de las ventas de Coca-Cola, la crisis de Disney en sus parques temáticos y en sus últimos filmes, el reciente declive de Barbie, son señales de que la conspicua estampa de lo norteamericano está perdiendo autoridad. La Administración de Estados Unidos es tan consciente del deterioro que ha nombrado comisiones y patrocinado estudios para buscar remedios urgentes. Desde las pestilencias que han enviado al mundo los casos de corrupción en Enron y su estela de copias Xerox, hasta los comportamientos criminales con los presos de guerra en Cuba o sus inhibiciones en el Protocolo de Kioto, en el acuerdo de prohibición de minas antipersonas y en el Tribunal Penal Internacional, Estados Unidos ha difundido por el mundo lo peor de su composición moral. Más un colofón en su pastel aparentemente agusanado: la figura de un presidente grosero y cruel. Con estos ingredientes, cualquier marca internacional se vería abocada a la ruina. Con esta mala impresión ningún candidato ganaría unos comicios mundiales, ni ningún producto mediático, como son ahora las cosas que cuentan, obtendría un mínimo share. En ningún momento antes, Estados Unidos fue tan poderoso militarmente, tecnológicamente, económicamente, y tan incierto en cuanto artículo de seducción. Ni el estilo del mundo sigue hoy el tufo marcado por las hamburguesas ni se aviene con las duras ideas en blanco y negro de la Casa Blanca. El Estados Unidos con ese rostro macho ha dejado de atraer al mundo y promueve la repulsa. Hay un Estados Unidos que se expresa en los ambientes de los cafés Starbucks, en las ropas de Ralph Lauren, en las películas de Woody Allen o en los perfumes de Calvin Klein, pero esa sustancia es de complicidad europea. Ahora es necesario ser más diplomático y más femenino, más suave y más vacilante para convencer. Nada relacionado con el estereotipo que encarna Bush y su cohorte. Efectivamente, Europa no cuenta con tantas armas nucleares como Estados Unidos pero Europa vence hoy en el núcleo donde Estados Unidos fue siempre invencible: en la imagen, el arma más potente y resolutiva en la sociedad de la comunicación.

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