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Columna
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Con todas las medicinas

Miguel Ángel Fernández Ordoñez

La economía americana sigue en una situación delicada. Todavía persiste la resaca de la borrachera especulativa de los noventa. Los excesos de inversión que se produjeron durante la burbuja explican la reducción del gasto de inversión. Los excesos de endeudamiento de las familias contienen los gastos de consumo. Los tres años de caída sistemática de la Bolsa han empobrecido a las familias y han dificultado la financiación de las empresas. Y los precios de las viviendas, que hasta ahora habían compensado la pérdida de valor de las acciones, han empezado a caer. A ello hay que añadir la incertidumbre sobre la guerra en Irak que paraliza las decisiones de los distintos agentes económicos.

Pero hay también razones para confiar en la recuperación del paciente y entre ellas destaca la robusta complexión de la economía norteamericana, su gran flexibilidad que le permite aprovechar todas las oportunidades que posibilitan los avances en la tecnología y la organización empresarial. Cuando se comparan los niveles de flexibilidad, Japón y Europa parecen viejos enclenques al lado de los Estados Unidos. Pero la principal razón para esperar una recuperación de la economía norteamericana es que se le han aplicado todos los auxilios de reanimación y en fuertes porciones. La política monetaria lleva dos años reduciendo sistemáticamente los tipos de interés, desde el 6,5% con que empezó el 2001 al 1,25 % acordado el pasado noviembre. La inyección de política fiscal no ha sido menos intensa. Bush ha convertido el superávit de Clinton en un déficit de más de 200.000 millones de dólares para el 2003, lo que supone el mayor giro expansivo de la política fiscal de los últimos 50 años.

A la política monetaria y fiscal se ha venido a sumar la devaluación del dólar últimamente. La caída del dólar significa añadir un tercer tónico estimulante a la economía norteamericana. Al abaratar las exportaciones y encarecer las importaciones muchas empresas americanas van a ver aumentar la demanda de sus productos. Se podría reducir el deterioro del empleo lo que mejoraría la confianza de los consumidores. El efecto inflacionista de la devaluación podría aumentar los beneficios de las empresas y, con ello, la Bolsa podría, al fin, reanimarse. La devaluación del dólar tendría, en principio, efectos depresivos sobre Europa pero el Banco Central Europeo, sin miedo a la inflación gracias a un euro fuerte, podría reaccionar bajando tipos para animar la demanda interna en Europa con lo que contaríamos con una acumulación de políticas estimulantes de la economía global.

Pero no hay medicina sin contraindicaciones y la caída del dólar tiene también sus riesgos. Además del peligro de exportar deflación a otros países hay que mencionar el efecto negativo que podría tener sobre el mercado de valores norteamericano.

Como se ha dicho, un descenso del dólar podría mejorar los beneficios de las empresas americanas, pero el inversor extranjero tiene que descontar de sus beneficios las posibles pérdidas del cambio del dólar. Si las expectativas de pérdidas son muy fuertes, podría producirse una contracción en los flujos de financiación de la economía americana que difícilmente podría compensarse con cambios en la política monetaria. No olvidemos que una de las explicaciones del crash bursátil del 87 fue la caída registrada por el dólar.

La mayoría de los factores deprimentes de la economía americana siguen ahí y a la incertidumbre de Irak se suma ahora la de Corea. Pero no se puede decir que al paciente le falten medicinas para reanimarse. La política fiscal no ha sido tan expansiva desde los tiempos de Reagan. La política monetaria ha situado los tipos a niveles desconocidos en los últimos 40 años. A ello se añade ahora la devaluación del dólar. Se le están suministrando las tres medicinas expansivas a la vez y en fuertes dosis. Si esta vez la economía estadounidense no logra recuperarse, es que no tiene remedio.

mfo@inicia.es

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