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La política de EE UU y el islam

Desde el 11 de septiembre, el presidente Bush ha afirmado en sucesivas declaraciones que la política estadounidense está guiada por un profundo respeto hacia el islam y que no existe una guerra contra el islam, que es "una fe basada en la paz, el amor y la compasión". Sin embargo, ésta es una retórica que no convence, ni a la inmensa mayoría de los musulmanes del mundo ni a todos aquellos que se paren a analizar la realidad de los hechos, porque no se confirma ni con la manera en que los EE UU están interpretando y presentando las causas de la violencia en el mundo islámico ni con las respuestas que se están dando para acabar con dicha violencia.

En primer lugar, estas afirmaciones están siendo incluso contradichas por algunos asesores y miembros del partido de Bush que proclaman sin reparos todo lo contrario. Kenneth Adelman, miembro del Consejo Político del Pentágono, declaraba recientemente: "Cuanto más se examina esta religión, más militarista aparece. Después de todo, su fundador, Muhammad, fue un guerrero, no un abogado de la paz, como Jesús"; Eliot Cohen, del Consejo Asesor del Pentágono, también afirmaba que, "aunque es muy incómodo decir (...) que una de las mayores religiones del mundo tiene una profunda tendencia a la agresividad, sin embargo, atreverse a hacerlo es una de las cosas que definen al liderazgo"; Paul Weyrich, influyente activista de la Casa Blanca, decía a su vez que "el islam está en guerra contra nosotros" y se quejaba de la promoción que la Administración norteamericana hace del islam como religión de paz y tolerancia, al igual que el judaísmo y el cristianismo, "cuando no es así" (Washington Post, 1-12-02).

Por otro lado, el simple hecho de tener que hacer estas afirmaciones a favor del islam, tener que demostrar si el Corán justifica el terrorismo o no, si el suicidio forma parte de la cultura islámica o no, si yihad significa esto o aquello, obligando a todo musulmán a tener que defenderse diariamente ante la sospecha generalizada de que representa un potencial fanatismo inherente a su cultura y religión, es la prueba misma de que el islam y los musulmanes no son juzgados con los mismos estándares que el judaísmo y el cristianismo. Y es también prueba de que existe una obsesión enfermiza por explicar todo lo que ocurre en los países musulmanes en función de lo "cultural-religioso" en detrimento de "lo político", lo cual en absoluto se hace con otras religiones, otras culturas u otras experiencias históricas donde la violencia ha estado enormemente presente también (porque cuando el terrorismo procede de grupos de pertenencia cristiana o judía nadie busca en la Biblia o en la cultura la explicación de esa violencia).

Esta visión, además, incita de manera arrogante el chovinismo religioso y cultural estadounidense. El presidente Bush no ha cesado de manifestar que Dios está de su parte, de cantar "God bless America", de definir como "cruzada" y "justicia infinita" su guerra contra el terrorismo (hasta que le dijeron que era políticamente incorrecto); y, para gran manifestación de chovinismo cultural, aseverar en el mismo Congreso de Estados Unidos que lo que motiva a los terroristas "es su odio a la libertad y a la democracia". Estas actitudes se anclan rígidamente en la explicación "culturalista" con la que se engloba y estigmatiza a todo el universo del islam y a todos los musulmanes, a la vez que evidencian el deseo explícito de no afrontar la verdadera explicación: que el fenómeno Ben Laden es una reacción convulsiva y extrema de la pax americana impuesta desde la guerra del Golfo en el Medio Oriente, y particularmente en Arabia Saudí y el Golfo, que tiene su propia estrategia de poder totalitario como respuesta. Ben Laden nunca ha hablado de la libertad y democracia estadounidenses, sino de su intervencionista política exterior en los países musulmanes.

En realidad, estamos viviendo un momento en el que, como nunca antes con tanta intensidad, la cultura y la religión están siendo cínicamente explotadas para justificar conflictos militares y desastrosas políticas internacionales de gran coste humanitario. Pero, además, marginando el análisis racional y político se están eludiendo las verdaderas actuaciones que pueden eficazmente luchar contra la extensión de esa violencia. La batalla actual contra el terrorismo trasciende totalmente el paradigma civilizacional y su éxito a largo plazo se basa tanto en superar una amenaza como un desafío: conocer y entender la diversidad del mundo musulmán para debilitar a los extremistas y alentar a los reformistas; dar salidas políticas y no militares a los conflictos en esa región y contribuir a mejorar la terrible existencia que llevan la mayor parte de las poblaciones civiles en esos países. Una fórmula mágica sirve para no afrontar ese desafío: ahondar en el totum revolutum calificando a los culpables de "islámicos". A partir de ahí, las mentes dejan de funcionar y la política de los EE UU puede seguir haciendo un uso oportunista de los diferentes actores islámicos, colocarse fuera de la ley, ocultar el terrorismo de Estado tras la oficializada "guerra contra el terrorismo internacional", incidir en la islamofobia y, con todo ello, alimentar la violencia de los países musulmanes.

Washington se empecina en que puede ganar la "guerra contra el terrorismo" en los términos que ha establecido (ataques preventivos, remodelación del mapa del Oriente Medio para su dominación y la de su alter ego israelí, poniendo en práctica acciones ilegales como asesinatos selectivos de quienes considere unilateralmente terroristas y leyes raciales contra los extranjeros de origen musulmán en suelo americano...), sin manifestar el más mínimo interés por conocer de dónde procede al-Qaeda y cómo su apoyo puede ir aumentando en los países musulmanes. Y esas razones y respuestas no las quiere asumir porque significarían hacer lo contrario de lo que está haciendo en la actualidad. Esto es, en el ámbito de los movimientos islámicos, primero de todo, distinguir entre islamistas moderados y violentos, aceptando a los primeros y apoyando su inserción en reformas políticas que avancen en la democratización y pongan fin a la impunidad gracias a la cual los regímenes árabes que los EE UU protegen reprimen con brutalidad creciente a todo movimiento de oposición (es decir, lo que excepcional, y felizmente, han hecho en Turquía porque les ha interesado la estabilidad de este país en un momento en que su objetivo está en Irak). En segundo lugar, diferenciar entre islamismos y la organización al-Qaeda. Al-Qaeda es un fenómeno que no procede del movimiento islamista, ni siquiera del radical y violento que surgió en el mundo árabe desde los años setenta, en reacción contra los regímenes socialistas árabes y no contra ningún país de Occidente. El islamismo procede de un pensamiento político y una experiencia histórica de la que no ha formado parte ni Osama Ben Laden ni al-Qaeda. El origen de éstos comienza en los años ochenta, fruto de la alquimia saudí, paquistaní y estadounidense, y son el resultado final de un proceso que inicialmente generó la guerra fría. Proceden de los muyahidin islámicos creados para combatir contra los soviéticos en Afganistán. Integristas en su concepción islámica, radicalizados contra la ocupación extranjera de suelo musulmán y convencidos del éxito de la acción armada y violenta contra quienes identifican como sus enemigos (primero, los rusos y el régimen prosoviético de Afganistán, y luego, revueltos contra sus propios amos, los saudíes y sus protectores norteamericanos), proceden de una "cepa" bien distinta y ajena a la de los grupos islamistas extremistas, pero con los que sí comparten su modo de acción violenta, su interpretación islámica rigorista y totalitaria y su rechazo creciente hacia la política occidental en el mundo musulmán. Por ello, son los grupos con los que más sintonía puede encontrar al-Qaeda y, por tanto, los que más fácilmente pueden atravesar la tenue línea que los separa y unirse a ésta o colaborar con ella proporcionándole cobertura en sus respectivos países de implantación. Sin duda, atraerse a estos movimientos forma parte de la primera línea de estrategia de al-Qaeda. Y la mejor manera de aislar y debilitar a los islamistas extremistas es contribuyendo a democratizar el marco político de los países árabes, integrando en ellos a los islamistas reformistas o moderados, que, aunque no forme parte de la información selectiva que recibimos diariamente -centrada sólo en los actores extremistas-, están, al igual que Occidente, en lucha contra los violentos. Tercero, al-Qaeda está esperando ser el principal beneficiario de la destrucción de Irak por los EE UU, porque será la mejor prueba de que lo que éstos en realidad buscan es establecer "protectorados" norteamericanos en connivencia con Israel en todo el Medio Oriente, lo cual va a generar una inmensa ola de sentimiento antiamericano en todas las sociedades, élites y pueblo, de la región. De hecho, todos los que estén implicados en la red de al-Qaeda tienen un gran interés en que la política exterior de EE UU siga los pasos que está dando porque va deslegitimando a su oponente y reforzando su apoyo social.

Por otro lado, en el marco del conflicto palestino-israelí, el sentimiento creciente de los palestinos de que la comunidad internacional los ha abandonado completamente, les reafirma en su opción por la violencia reactiva contra la ocupación israelí, sin importarles ni siquiera si esto es una estrategia política inteligente porque perjudica la imagen de su causa. Es más, la completa coincidencia entre el actual pensamiento del Gobierno norteamericano y el de la clase dirigente israelí, partidarios de instaurar a golpe de bombardeos un "nuevo orden" que consolide su doble poder en la región, les hace sentir a los palestinos que tienen que defenderse más que nunca para seguir existiendo. De ahí que ese otro foco de violencia lleve una deriva trágica que está marcando indeleblemente a toda la actual generación árabe y musulmana. Por su parte, Al-Qaeda nunca ha estado implicada en la defensa de los palestinos porque es un producto bien distinto de otro frente medio-oriental, pero la flagrante injusticia americano-israelí contra los palestinos es otra cuestión que le favorece y no duda en instrumentalizar a su favor.

En conclusión, mientras no se asuma la necesidad de descodificar y modificar el funcionamiento de esa máquina de producir violencia musulmana que es la política exterior estadounidense en el Medio Oriente en connivencia con Israel (que está produciendo más víctimas que todos los terroristas suicidas dispuestos a inmolarse), se estará incitando a las poblaciones de esa región a ser tan violentas como les acusan de ser.

Gema Martín Muñoz es profesora de Sociología del Mundo Árabe e Islámico de la Universidad Autónoma de Madrid.

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