Usar el terrorismo
Como en todo tema delicado, también en éste los introitos son de obligado cumplimiento. Con este precepto subrayo lo ya que pareciera claro: que imponer el terror como forma de intentar imponer la razón -la que cada cual crea poseer- no sólo mata personas, sino también razones, ideas y, sobre todo, mata la palabra. Los pueblos que no se hablan, se invaden, se masacran, se envilecen, me gustaba decir en los tiempos de mi actividad parlamentaria. Recuerdo que, recreando a Malatesta, usé ante Felipe González aquella expresión tan bella de la teórica libertaria: "si, para que gane la anarquía, tengo que levantar un cadalso en la plaza del pueblo, prefiero que nunca gane". La dialéctica, la controversia, la negociación, el pacto, todos los meandros más o menos complejos de la vida compartida, son la grandeza de la democracia. El silencio, el desprecio, la presión desleal, la extorsión, la muerte, son sus zonas opacas, sus arietes suicidas, sus caballos de Troya. Por ello cuando, en una sociedad, existe un problema serio de terrorismo derivado de un problema político larvado, nos incumbe a todos y a todos nos apela. Nadie es ajeno, porque el terrorismo tiene esa capacidad maléfica de hacer un todo de las partes, de arrasar los matices. Y porque nadie es ajeno, más de una vez, desde estas sufridas páginas, he planteado la necesidad de una mayor implicación catalana en el contencioso vasco. Sin pretensiones, pero con la pretensión de la utilidad, he recordado la tradición democrática catalana, mucho más pactista y, quizá, pragmática que la doble tradición española/vasca enfrentada en la cuestión. Hubo un tiempo en que tuvimos papel serio en los terremotos históricos que sacudieron la vieja Sepharad y en cierto sentido lideramos movimientos. Sin ir más lejos, el Cuéntame real tuvo un fuerte acento catalán... Maragall pidió a Pujol, no hace demasiado, que liderara una posición catalana respecto a la cuestión vasca, que mediara entre pares, pero Pujol, en su fase de talonero, no está para grandezas, lamentablemente. Y así estamos, con un diálogo de sordos Madrid/Bilbao que más se parece a un griterío pesado y doliente, que no a un intento de palabra. En este paisaje de gritos, el terrorismo se siente como en casa.
Ayer celebramos Sant Esteve con una noticia de última hora relacionada, nuevamente, con el conflicto: la decisión unilateral del PP de obligar a los terroristas a cumplir la integridad de las penas. Así el año concluye coherente con su pesada carga de gestualidad y, como diría Antoni Puigverd, su sobrecarga de ideología: demonización ingente del nacionalismo democrático, ilegalización de Batasuna, presión y desprecio de las instituciones vascas, y, sobre todo, un paisaje de crudos y desalentadores desencuentros. ¿Por qué me parece una mala noticia, perla indigesta de un año también malo respecto a la cuestión vasca? Justamente por lo dicho anteriormente: porque el PP acaba el año con su temible exceso de coherencia, usando el terrorismo como quien usa un roto, para vestir sus propias necesidades.
Me explicaré. No me siento capaz de pronunciarme sobre la medida, tan preñada de complejas consecuencias, algunas vinculadas al propio estado de derecho, que requieren pensamientos profundos y, sobre todo, informados. Tengo que escuchar aún mucho para saber qué opino. Pero sí me resulta evidente que el Partido Popular ha vuelto a usar el arma del terrorismo para intentar sacar réditos privados, y que parte substancial de su política vasca tiene mucho que ver con mercadotecnia electoral, patrimonialización del dolor y una arraigada incapacidad de flexibilidad. No es que le falte finezza, es que José Mari encarna lo burdo en estado puro. Desde esta convicción, me temo que tengo que pensar lo peor, y que, manchado hasta la médula del fuel de la vergüenza, que es la vergüenza de la mala gestión, don José Mari se ha sacado de la manga la carta que siempre le funciona y que, esta vez, va a distraer al personal de lo lindo. Me machacan cada día con Prestige desprestigiante, en un récord de portadas de prensa que supera la memoria, pues tengan ustedes una buena, dura e inevitable polémica, una de esas que deja mal a todo el mundo que se mueva de la foto fija, porque hay dolor y sangre y muerte bajo sus entrañas. Así don José Mari parecerá otra vez el gobernante de mano dura y decisión firme, casi estratega de algo, aunque lo sea todo menos un estratega, y quizá limpiará un poco su profunda mancha. Lo vasco del PP, que tanto daño ha hecho a lo vasco, le funciona perfectamente en las Españas y eso el PP lo sabe, lo usa y lo abusa. Por eso toma una decisión tan compleja, difícil y traumática, sin pactar, sin negociar, sin dibujar encuentros necesarios, sin casi ni visitar al vecino. Y por eso mismo, gana otra vez la mano, después de un largo mes de tenerla manchada de fuel. Nuevamente, y es mi criterio, el Partido Popular usa el conflicto vasco, y con él la carga de profundidad que contiene, para resolver su propio currículum. Y nuevamente, no hace ningún favor al conflicto, pero se hace un favor de narices a sí mismo. Por eso no necesita pactar con el resto de fuerzas, ni hablarlo largo y tendido, ni tomarse el tiempo de la inteligencia. Los golpes de efecto se efectúan golpe a golpe.
Acaba el año como empezó, con los locos del terrorismo sueltos en su locura, lo vasco democrático tensado, agrietado y dividido, lo catalán mirándoselo desde la distancia, más absorto en su nimiedad que atento, y lo español patrimonializado por un partido que intenta lavar con un épica grandilocuente y arrogante su falta de delicadeza. Es el año de Galicia, del Prestige, del Estado fallando por los fuelles a causa de malos gobernantes. Sin embargo, lo acabaremos hablando de lo vasco. Realmente el PP tiene pésimos gestores, pero ha alquilado a los mejores propagandistas.
Rahola@navegalia.com
Pilar Rahola es periodista y escritora.
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