Una sátira de la identidad
El cementerio de sillas se inspira en la existencia de unos individuos llamados garamantes a los que se refiere brevemente Robert Graves en su libro sobre los mitos clásicos, fabulosos héroes que en el principio de los tiempos míticos lucharon con los cíclopes. A Enrigue, tales seres le permiten escribir una historia protagonizada por una familia apellidada Garamántez para poner en solfa la idea de la identidad de los pueblos. A manera de prólogo se cuenta como Nicolás Garamántez en su lecho de muerte resume ante su hijo su vida, pero le revela lo que a sus ojos es lo fundamental, que pertenece a la familia de los garamantes, un pueblo milenario poseedor de indestructibles tradiciones y esencias eternas y perseguido desde el fondo de los tiempos por los romanos y, después, por los jesuitas. El hijo, un ser abúlico y deforme, recibe esta revelación con sorpresa e indiferencia. Se halla en esta escena grotesca el sentido general de la novela: una mirada socarrona, despectiva, hacia la idea de que los pueblos y las familias tienen identidad propia y diferenciada. El autor que trata esta idea con la debida reprobación y anatema perfila desde el principio una novela satírica, un loable intento de dignificar un género demasiado sometido en la actualidad a vulgarizaciones tendenciosas. La lástima es que los resultados no están a la altura de sus ambiciones. Lo que viene es demasiado confuso y deslavazado. Al lector le cuesta, por falta de calor humano y emoción literaria, sentir con los personajes o disentir de ellos.
EL CEMENTERIO DE SILLAS
Álvaro Enrigue Lengua de Trapo Madrid, 2002 318 páginas. 17 euros
Después del prólogo, la pri
mera parte, una parodia del ascetismo, consiste en la reproducción del diario de un garamante que ha decidido "abandonar el siglo" y se ha encerrado en un apartamento lleno de sillas rotas y de las cajas vacías de las pizzas que va consumiendo al igual que un inmundo serial televisivo que da lugar a los segmentos más divertidos de la novela. Esta parte funciona casi como un relato independiente y es lo mejor del libro.
Es en la segunda parte y en la tercera, más breve, donde se presentan las dificultades más importantes. Se ofrecen en alternancia dos narraciones históricas protagonizadas por familiares. En una, un holandés violento e intemperante, ejerce de pirata mientras recorre el selvático paisaje del nuevo mundo en la época de la conquista y, en la otra, un narrador de difusa identidad cuenta episodios de la época remota de Tiberio cuando los garamantes luchaban contra los romanos. Estas escenas se alargan y, si bien contienen algunas frases brillantes y observaciones sugerentes, no transmiten auténtico interés.
Finalmente, las cómicas andanzas del último de la familia sirven para clausurar de forma patética y aleccionadora la saga familiar al quedar convertida en una fanfarronada toda la epopeya, confirmando las intenciones críticas del autor.
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