Tururú, ahí te quedas tú
Lo malo de las fiestas es que difícilmente puedes confundirlas con un funeral. ¿Pero qué pasa cuando descubres que una fiesta es un corte de mangas? El sábado llegué pronto al Malic. Un teatro que es, de entre los teatros pequeños, mi preferido. Y ahora lo cierran. ¿Por qué me gusta (gustaba) tanto el Malic? Se lo pregunto a bocajarro, casi como un reproche, a Toni Rumbau, su director. Son sólo las ocho y media. La fiesta de cierre de este teatro, histórico entre los alternativos, empieza a las nueve. Rumbau -con traje y corbata- espera a los invitados, que ya empiezan a llegar.
"Yo nunca lo he visto como un teatro", me responde enigmático Rumbau luciendo una sonrisa de Gato de Cheshire. "Es tan pequeño que sólo puede convertirse en teatro si te lo inventas tú".
Fiesta de despedida del Malic, histórica sala alternativa. Toni Rumbau, el Gato de Cheshire, sacó las uñas
Me lo quedo mirando desconcertado. Yo hubiese preferido un elogio de la proximidad. Porque es verdad que el gran placer del auténtico espectador teatral (no el que lo finge ser) es ver a los actores a un palmo de distancia. Pero Rumbau (que ya se ha hecho invisible) tiene razón. A fin de cuentas el Malic es un sótano, una vieja bodega, tan cerca de la historia que sólo tienes que cruzar la calle para acercarte al pasado que antes ocultaba el mercado del Born. Construido en piedra, con arcadas, al fondo una escalera que sube hasta la calle, el Malic es seguramente el teatro más polivalente de la ciudad, porque siempre hay (había) una nueva perspectiva que descubrir, un nuevo teatro que inventar (que eso es lo que ha querido decir el Gato Rumbau).
Y, mientras, van llegando más y más invitados, cada cual con su propio Malic en la cabeza. El mío es el Malic de Turruquena (de Carandell); de La vida perdurable (de Comadira y Rotenstein); de La nit just abans dels boscos (el Koltés de Rafel Duran y Mingo Rafols); de La Bernarda es calva (de Metadones); de Annus horribilis (de los gallegos Chévere); de Ángel Pavlovsky, Carles Flavià, Lluïsa Cunillé, Accidents Polipoètics (su memorable Pim pam pum Lorca), Albert Espinosa (Retazos), hasta de La Fura dels Baus.
El Malic de Toni Rumbau es, en cambio, el sueño compartido con Mariona Masgrau y Eugenio Navarro, los fundadores (1984). Es el Malic de los grandes pupi de Palermo, las marionetas que, en 1985, llegaron con la historia del héroe medieval Ruggero dell'Aquila Bianca. Es el Malic de La serva padrona (demostración de que la mejor ópera de bolsillo era aquí posible). Y es, también, el Malic de Miriam Mézières, famosa actriz erótica que revolucionó el lugar. Pero Rumbau no renuncia a ninguno de los 500 espectáculos que ha programado: "Hemos hecho tantas cosas porque nunca nos hemos negado a nada, siempre contra la corrección habitual de los teatros".
Son ya casi las diez, hay barra libre, el Malic está atestado de gente. Rumbau se aúpa a la tarima del vestíbulo y lee su discurso de despedida. Un discurso amable para con todo el mundo: colaboradores, actores, directores..., y los aplausos menudean. Palabras de agradecimiento incluso para políticos y periodistas. Para todos reclama un brindis. Pero el Gato de Cheshire muestra, al fin, las uñas.
"No me gustaría dejar de citar en este apartado de brindis -dice ante al micrófono sin abandonar su sonrisa-, a nuestros compañeros de las salas alternativas porque, mientras nosotros tenemos la suerte de poder retirarnos, ellos siguen al pie del cañón, empujando el carro, desafiando a la tempestad neoliberal, obligados a inventarse año tras año la sopa de ajo, a negociar sueldos, pagos y pólizas de crédito, a financiar a los bancos gracias al retraso de las subvenciones y a explicar año tras año a quien quiera escucharlos el interés y la necesidad de las salas alternativas".
Así que, a fin de cuentas, Rumbau se va dolido y su sonrisa es la del Gato de Cheshire, que sólo desaparece cuando ya ha desaparecido todo el cuerpo. ¡Ahí os quedáis! Un buen corte de mangas.
Tras el discurso empiezan los sketches presentados por Xavier Theros y Rafael Mitlikovec. Son los últimos momentos teatrales de un teatro que pronto dejará de serlo. Y así, mientras sobre el escenario se suceden las actuaciones de Enrique Vargas, José Vallensa, Josep Ferrer, Carolina Gispert, Ton Muntaner, Marisol Casas, Ernesto Collado, Alfonso Vilallonga, Toni Comas..., en lo que pienso yo es en los rumores que he oído en el vestíbulo. Dicen que el Malic ya ha sido vendido. Y que no hay vuelta atrás.
Pasadas las tres, me despido y salgo a la calle. Observo, enfrente, el Born. Voy por la calle de Fusina hasta la de Comerç. Doblo hacia el Arc de Triomf. La calle de Comerç muestra bien a las claras el posible futuro del Malic. A un lado y a otro se multiplican los bares y restaurantes de diseño en un trozo de ciudad que es cada vez más fashion.
Bueno, lo cierto es que hay un espacio para la memoria y otro para la desmemoria. Hay que empezar a olvidar. Cuando llego al paseo de Lluís Companys ya casi ni me acuerdo de dónde vengo. Lo malo es que tampoco sé ya adónde voy. "Minino de Cheshire", empezó Alicia tímidamente, "¿podrías decirme qué camino debo seguir para salir de aquí?".
"Eso -respondió el gato- depende de adónde quieras llegar".
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