Navidades adulteradas
Hace tiempo, siglos quizás, que el auténtico espíritu de la Navidad es pura entelequia, ficción, ¿para qué engañarnos? Hay quien dice, y la razón es evidente si se tiene un concepto justo y ecuánime de las cosas, que hay aquí algo que falla, algo que desentona, que nada o muy poco tiene que ver con lo que se celebra, tanto si se sigue el Evangelio a pie juntillas -que es como deberían seguirlo quienes se autoproclaman fieles seguidores de Cristo- como si se sigue el hecho histórico del nacimiento del Mesías desde una perspectiva histórica, racional y empírica, lejos de cualquier atisbo de efectismo y apariencia sentimental. No es la Navidad, no debería serlo, lo que ahora se nos mete por los ojos desde aquí hasta los primeros días del año que viene.
Hemos convertido -y quien no lo haya hecho que tire la primera piedra- esta fecha, trascendental en el calendario litúrgico cristiano y en la tradición civil, en una festividad que muy bien podría traducirse como la de la opulencia, el oropel y la ostentación sin tasa. Nada que ver con la realidad de la Natividad y la Epifanía.
Entre finales de diciembre y a lo largo de enero están condenados a morir por la hambruna en Etiopía más de 11 millones de niños, que se dice muy pronto. La sequía en el país del este de África que vive de una agricultura tradicional y de subsistencia ha castigado duramente este año que termina a la población campesina, más del 90% del total que lo habita (alrededor de 60 millones de personas). Acaba de hacerlo público, entre otras ONG que se ocupan de esta tragedia humana, Médico sin Fronteras. Para que nos entendamos, y sin ánimos de amargarle las fiestas a nadie, coincidiendo con los días en los que pertenecemos a las bien asentada sociedad occidental nos devanamos los sesos y escurrimos los bolsillos sin pudor por atiborrar las mesas de los manjares más exquisitos y estrambóticos o andamos con ahínco tras el juguete diabólico o informático de la última generación seudo científica que nos están exigiendo los vástagos sin dilación, en esos momentos digo, hay millones de madres, que se estrujan los pechos ya vacíos y famélicos para que el destino no les arrebate lo que en sus entrañas cobró el derecho a la vida.
Todo está dispuesto para las próximas fiestas, la gente estrena sonrisas y complacencias, júbilo desbordado, y espera uno contagiarse de la animación general, pero no logra desterrar, pese a que lo intenta a fuerza de papirotazos mentales, encontrar el sentido último de la Navidad en lo que aperciben los sentidos. La amenaza del hambre y la enfermedad que pesa sobre millones de niños en el mundo, las guerras y el terrorismo que laceran amplias zonas, la extensión de la pobreza en Andalucía (un reciente estudio de Cáritas advierte que el 30% de la "más extrema" se asienta en nuestra Comunidad, en donde dos millones de personas -la cuarta parte de la población- se encuentra en la más absoluta indigencia, y la hecatombe ecológica provocada por el hundimiento del Prestige -aquí sí que ha brillado la solidaridad del pueblo contrastando con la tarda y torpe reacción de las Administraciones públicas- exige, más que otras veces, un nuevo replanteamiento del significado de la conmemoración. Para que no haya mixtificaciones.
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