Washington en guerra
Al venir a la capital de la hiperpotencia desde una Europa dividida por la paz, encuentro tres cosas. Washington está en guerra. Washington probablemente va a ir a la guerra. Y Washington está empezando a pensar en una paz que acabe con ambas guerras. La gente en Gran Bretaña, y en otras partes del mundo, necesita ser consciente de las tres.
Existe cierta confusión aquí entre las dos guerras. A veces, cuando los washingtonianos dicen "guerra" quieren decir guerra contra el terrorismo, que continúan viviendo intensamente en su vida cotidiana, y otras veces quieren decir la inminente guerra con Irak. La conclusión más aplastante es que Washington probablemente entable una guerra contra Sadam Husein. La solemne afirmación de Sadam Husein de que no tiene más armas de destrucción masiva es un golpe para aquellos que tenían esperanza en una solución pacífica a la crisis de Irak, y un regalo para quienes creen que derrocarlo por la fuerza es el único camino hacia un desarme efectivo. Mi propia impresión a partir de conversaciones con personas de dentro y próximas a la Administración de Bush es que la cuestión ya no es si habrá o no guerra con Irak, sino cuándo y cómo.
Un Irak nuevo, democrático y próspero ha de ser un modelo para sus vecinos, como lo fue Alemania Occidental para sus vecinos oprimidos durante la guerra fría
Parece ser que cuanto más cerca está uno del corazón del poder, más alarmado se siente por la miríada de supuestos plausibles sobre atentados terroristas
Con ese informe de 12.000 páginas para Naciones Unidas, Sadam Husein quizá haya escrito la nota de suicidio más larga de la historia
Con ese informe de 12.000 páginas para Naciones Unidas, Sadam Husein quizá haya escrito la nota de suicidio más larga de la historia. Sí, de ser posible, la Administración de Bush desea un apoyo multilateral y de Naciones Unidas para esta operación, de modo que permitirá que los inspectores de la ONU vayan de un lado a otro intentando verificar las afirmaciones del informe. Pero sus propias fuentes de información secreta ya les están diciendo que está mintiendo otra vez. Si fuera necesario, el Gobierno podría compartir algo de esa información para obtener el respaldo del Consejo de Seguridad y de la opinión pública en EE UU y Europa. Pero luego le machacarán.
Múltiples razones
¿Por qué razón? He escuchado de boca de estadounidenses todos los argumentos expuestos por europeos supuestamente antiestadounidenses. Que Bush lo está haciendo para distraer la atención de los problemas internos (un prominente senador demócrata, John Kerry, formuló no hace mucho esta acusación). Que la razón es el petróleo. Que está acabando el trabajo que la primera Administración de Bush dejó sin acabar en la guerra del Golfo. Que es la revancha personal de George Bush para derrocar "al tipo que intentó matar a mi papá". Que van tras Sadam Husein porque no pueden encontrar a Osama Bin Laden. Que es una guerra para el Israel de Sharon igual que para Estados Unidos. Que la cuestión es ganar las próximas elecciones presidenciales, así como las elecciones de mitad de mandato del mes pasado, en las que tuvo como resultado una estruendosa victoria para los republicanos.
También he oído defender esta guerra a liberales que han apoyado firmemente la intervención humanitaria en Bosnia, Kosovo y otras partes. Sadam es culpable de genocidio. Ha utilizado efectivamente armas de destrucción masiva contra sus vecinos y su propio pueblo. Existe un peligro real de que vuelva a usarlas, lo cual es un desencadenante legítimo para la intervención. La única forma segura de desarmarle es deponerle.
Lo que me llama más la atención, no obstante, es cuánta gente en Washington realmente considera la probable guerra con Irak parte de una guerra en curso contra el terrorismo, al igual que el apresamiento el pasado martes de unos misiles Scud destinados a Yemen. Cuando digo que "Washington está en guerra", no estoy usando "Washington" como término taquigráfico diplomático para referirme a Estados Unidos (como cuando se dice "Londres insiste" o "París se opone"). Quiero decir Washington, esta bella, dirigida, monotemática y, en estas fechas, heladora ciudad a orillas del Potomac, y más concretamente, sus élites republicanas.
En las tierras agrícolas de Kansas y Misuri, en pleno corazón de Estados Unidos, pregunté a granjeros, estudiantes, colegiales y gente que va los casinos los viernes por la noche si tenían la sensación de estar en guerra. Las respuestas oscilaron entre un dubitativo "no realmente" y "bueno, en cierto modo". Aquí, en la capital de la nación, la respuesta dada por personas próximas a la Administración es un rotundo "sí", con una mirada que significa "¡qué cosas pregunta!".
En torno a la mesa de la cena, todo el mundo tiene su propia historia animada sobre el 11-S: la frenética avalancha en los colegios para recoger a los niños, las evacuaciones de oficina caóticas, el humo del Pentágono, los rumores desenfrenados. Los más acomodados hicieron acopio de antídotos para el ántrax, máscaras de gas, reservas alimentarias de emergencia en el sótano, incluso "pastillas nucleares" que se supone que alivian los efectos de una "bomba sucia" nuclear pequeña. Algunos incluso se han marchado de Washington, o al menos se alegran de que sus hijos estén a punto de hacerlo. Aunque la continuación prevista de los ataques del año pasado aún no se ha producido, la gente cree que sólo es cuestión de tiempo.
Cuando viví aquí durante un año en la década de 1980, Washington parecía una ciudad irreal. Todos los problemas del mundo -guerra, hambruna, enfermedad, revolución- se discutían en el desayuno, pero ninguno afectaba directamente a la vida cotidiana en las lujosas oficinas y los agradables barrios residenciales. Eso ha cambiado desde el 11-S. Lo público y lo privado se han fundido traumáticamente. Parece ser que cuanto más cerca está uno del corazón del poder, más alarmado se siente por la miríada de supuestos plausibles sobre atentados terroristas. "Realmente da miedo cuando se empieza a mirar con detalle", me confesó un alto funcionario. De modo que, sea cual sea la verdad analítica, y por muy alejada que ésta esté de la realidad de una guerra como la que vimos en Bosnia o en Kosovo, Washington tiene la sensación de estar en guerra. Es un hecho local de importancia mundial.
"Construcción de naciones"
Pero Washington no está de brazos cruzados, temblando de miedo. No sólo se está preparando para entablar una guerra que -por tenues que sean las supuestas conexiones entre Sadam y Al Qaeda- ve como un capítulo de la guerra en curso más amplia contra el terrorismo. Ampliamente consciente de ser la capital imperial del país más poderoso en la historia del mundo, está empezando también a pensar a lo grande acerca de la forma de llegar a una paz que supuestamente ponga fin a ambas guerras. Una Administración que llegó al poder opuesta ideológicamente a la implicación estadounidense en la denominada "construcción de naciones" en países extranjeros, está ahora claramente decidida a emprender el camino largo y difícil de la "construcción de naciones" en el Irak de la posinvasión (o, si lo prefieren, posliberación).
Y eso no es más que el principio. Un Irak nuevo, democrático y próspero ha de ser un modelo y un imán para sus vecinos, como lo fue Alemania Occidental para sus vecinos oprimidos durante la guerra fría. Pensadores vanguardistas hablan de promover una revolución de terciopelo para democratizar Irán. Luego está el rico y amistoso, aunque opresor, aliado de Estados Unidos, Arabia Saudí, de cuyos pozos islamistas wahabíes -pozos de odio junto a los pozos de petróleo- emanaron de hecho muchos de los terroristas que atentaron contra EE UU el 11-S. Nadie en la Administración quiere decirlo públicamente, pero hay una clara lógica que conduce desde la democratización de Irak hasta la de Arabia Saudí. Si queremos librarnos de los mosquitos islamistas, hay que secar el pantano. Así pues, la gente habla aquí -no públicamente aún, pero sí en los pasillos y antesalas del poder- de un proyecto wilsoniano para remodelar todo Oriente Próximo, un plan sólo comparable en ambición a los de Europa en 1919 y 1949. Puede que los europeos, hastiados del mundo, y la gente de la región en sí, duden del realismo de ese proyecto embriónico y de la capacidad de Estados Unidos para sostenerlo. Más nos valdría dedicar nuestro tiempo a pensar en cómo complementarlo y mejorarlo.
Por supuesto, el "Washington" del que escribo es, en cierta medida, un término artificial. Aquí, como en todas partes, existen opiniones ampliamente divergentes. Pero la sensación de guerra y de los grandes cambios que deben derivarse de ella se palpa aquí más que en ninguna otra parte.
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