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Tribuna:EL FUTURO DE TVV
Tribuna
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Metafísica de la delincuencia

Dice el Diccionario de la Lengua (de cualquier lengua) que delito es el quebrantamiento voluntario, por obra u omisión, de la ley; y dice también que, delincuente, es aquél que comete delito. Pues, bien, dicho esto, cabría preguntarse cómo llamaríamos al incumplimiento deliberado y sistemático de la Ley de Creación del Ente público Radiotelevisión Valenciana, y, seguidamente, cómo llamaríamos a los factores de este incumplimiento. Los miembros de los diferentes comités de redacción de Canal Nou, que se han ido sucediendo en los últimos seis años, hemos calificado a lo primero de muchas maneras: manipulación, sectarismo, sensacionalismo, e, incluso, chabacanería, y a los segundos, simplemente, de incompetentes. Pero, sin ninguna duda, la memoria histórica se encargará de llamar a cada cosa por su verdadero nombre... con la ayuda del diccionario.

"La pasividad de los ciudadanos en los asuntos cívicos les convierte inexcusablemente en cómplices de cualquier atropello a la ciudadanía"
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Decía Parménides, filósofo presocrático del siglo sexto antes de Cristo, que "lo que es, no puede no ser", y establecía, con ello, no sólo la base de la metafísica, tal y cómo hoy la entendemos, sino, además, el principio lógico de no contradicción, contradicción que, más tarde, Aristóteles llamaría "reducción al absurdo", cuando el desarrollo de una inferencia nos lleva a la conclusión que lo que es, no es.

Pero, como la historia es un compendio de hechos tremendamente dispares, en lo que se refiere a la congruencia de sus actores, del mismo modo que nos muestra como después de 1492, a nadie se le ocurrió volver a decir la tontería de que el mundo era plano, y que, más allá de Finisterre, todo era abismo, también nos testimonia actitudes de monumental terquedad y cerrazón. Así, en 2002, ¡veintisiete siglos después de Parménides y veintiséis siglos después de que Aristóteles sentenciara que "lo que es absurdo, lo es"!, nos encontramos, incluso, más que nunca (merced a ese neoescepticismo ataráxico, que ha entontecido la mentalidad occidental de los últimos veinticinco años), con hábitos y conceptos, mayoritariamente aceptados, desobedientes de aquel básico principio de no contradicción. La privatización de la Radiotelevisión pública Valenciana, es un buen botón de muestra de lo que acabo de decir.

Pero, ¿qué hace posible que mentes pensantes (como la que se le supone a cualquier ciudadano), asimilen sin objeciones tan evidentes contradicciones? Ni más ni menos que la mentira. Al ciudadano se le dan explicaciones (forma parte del pacto democrático entre el pueblo soberano y sus representantes políticos), explicaciones razonables; pero, sabido es que lo razonable pertenece al universo de lo conveniente, y que lo conveniente hace muy malas migas con la verdad, (y no hablo, desde luego, de una verdad con pretensiones de absoluta u objetiva, sino de una verdad necesaria, necesaria para poder cimentar un código ético universalizable, según la tradición kantiana). En algún momento habrá que explicar a la ciudadanía la privatización de su radiotelevisión pública. Y se hará, sin duda. Lo hará quien tenga que hacerlo, y para ello, desplegará todo un abanico de explicaciones razonables. O lo que es lo mismo, de pretextos, de cortinas de humo, de falsas razones que pretenderán enmascarar razones inconfesables. Nos hablarán de mala gestión, de déficit intolerable, de plantilla sobredimensionada, de pésima relación calidad/precio, y de algunas cosas más, todas ellas ciertas. Lo temible es el juego de manos que se puede hacer combinando estas verdades de un modo conveniente. Así, la causa del déficit intolerable podría encontrarse en la abultada nómina de la sobredimensionada plantilla, manada de funcionarios vagos y anquilosados, incapaces de producir nada mínimamente mejor que el bodrio que se pone cada día en antena: ésta sería una buena deducción. En cuanto a la mala gestión, la responsabilidad indiscutible tendrá que recaer en el equipo directivo. Por eso, la solución a ese problema es la privatización (siguiendo el modelo de las grandes compañías ferroviarias, que, cuando detectan que uno de sus maquinistas es un incompetente, venden la locomotora, y conservan al maquinista).

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Todo el mundo conoce, espero, el timo de la estampita, en cuya trama, el que simula ser el tonto, es el listo, lo que aparenta ser un fajo de billetes no es más que un mazo de papeles de periódico, y el que se cree el más listo, es el más tonto. Es un juego sucio a base de pretextos, de cortinas de humo...

Y esto nos devuelve al principio de mi exposición, es decir, al delito, a lo delictivo, a la delincuencia...

Todo delito que se precie, necesita de cuatro componentes imprescindibles, a saber: un instigador, unos cómplices necesarios, y una víctima. Y, cómo no, un botín. Si la privatización de Canal Nou fuera una película que narrara la historia de un delito, cada papel tendría su actor (incluido el propio canal, que sería, por supuesto, el botín) Y, ¿quién sería el instigador? En este aspecto, la película carecería del más mínimo suspense, ya que el malo sería, al final, el que todo el mundo conocía desde el principio. El misterio, en todo caso, consistiría en descubrir quiénes son los cómplices y quiénes la víctimas. A primera vista, parece evidente que la víctima sería la ciudadanía, a la que, de un modo ilegítimo, arrebatarían lo que es suyo. Sin embargo, sólo después de la palabra fin, se llegaría a la conclusión de que la ciudadanía jugaba dos papeles (y los dos, por pasiva) Y no pretendo, desde luego, criminalizar a quienes, en realidad, son las víctimas; lo que pretendo es advertir que la pasividad ciudadana en los asuntos de la ciudadanía, les convierte inexcusablemente en cómplices necesarios de cualquier atropello a la ciudadanía. Porque, hagamos una rápida y elemental reflexión: ¿alguien se imagina a alguien, siquiera insinuando, en Cataluña, que alguien va a privatizar la Radiotelevisión pública de los catalanes?... ¡De ninguna manera!. Y todos sabemos por qué.

Y aquí cerramos de nuevo el círculo, y volvemos a la ontología de Parménides y a la lógica de Aristóteles: ¿puede la ciudadanía ser y no ser a la vez? Ya hemos visto cómo Parménides diría, simplemente, no, y cómo Aristóteles añadiría, además, que es absurdo.

Gabriel Vallés pertenece al comité de redacción de TVV

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