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¿Qué es arte?

Ojalá pudiera responder a una cuestión (¿qué es arte?) que no han sabido despejar los expertos, y ni siquiera los propios artistas (pero, si no reconocemos qué es arte, ¿cómo podríamos distinguirlos, afirmar quiénes son artistas?). Quizás el arte pudiera ser una subversión trascendente de las apariencias más inmediatas de la realidad (pero, ¿qué es la realidad?, ¿es real la realidad?, como se pregunta Paul Watzlawick para hablar de la confusión, la desinformación y la comunicación): el arte como conocimiento. O un cuestionamiento de los límites de la realidad: el arte como interpretación. O una contestación a las imposiciones de la realidad: el arte como intervención crítica. Quizá el arte no sea sino una representación de la experiencia de la realidad, individual y aún irreconocible desde la infinita libertad personal. Quizá una aproximación, más o menos extrema y, por definición, siempre frustrada. Quizá, en definitiva, en el arte debieran confluir todos estos arriesgados presupuestos (arriesgados en sí mismos, y en lo que a mí respecta: por el simple atrevimiento de su formulación; hay un miedo en el profano a manifestarse al respecto del arte -¿qué?-, como si el arte no le perteneciera, como si fuera un reducto intocable, un prodigio de pocos -¿quiénes?-).

En cualquier caso, si algo sabemos del arte es de su necesidad: sin el arte, el mundo sería inhabitable (más de lo que ya lo es); con él, nuestra vida tiene más alicientes, más defensas, un mayor sentido de la contemplación y de la acción, otra presencia, más placer (no complacencia). Más allá de un valor en sí mismo, el arte tiene importancia de cambio y, así, una ciudad se estima por su infraestructura museística o por su dinamismo creador. En Madrid, ciudad rica en museos pero deficitaria en riesgos, acaso no se descubran grandes obras de artistas jóvenes, pero sí una cierta intención de movimiento, de indagación. Aunque sólo se tratara de tentativas por registrar tendencias, la tercera edición de Doméstico (en el paseo de las Delicias, 143, bajo) y la decimoctava muestra de artes visuales del Injuve (en el Círculo de Bellas Artes) serían excepciones de alivio a esta regla de municipio inmovilista en que se han convertido las políticas culturales públicas y privadas. De la muestra del Injuve me quedo con la mirada de Paul Ekaitz sobre los vínculos con los otros.

Doméstico 02, dirigido por Joaquín García (que la temporada pasada nos sorprendió con un montaje deslumbrante de la muestra fotográfica de Nan Golding coordinada por Mónica Carballar), es un proyecto de exposición que subvierte los espacios habituales que se reservan al arte y, en consecuencia, la obra misma y nuestra relación con ella. Un piso distribuido en multitud de viejas habitaciones, una academia abandonada y ahora una húmeda nave a la que se accede a través de un portal de vecinos son los escenarios de una interpretación distinta de la creación. Más allá (mejor, más acá) de museos o galerías, Doméstico propone una interacción entre el público y el espacio que fomenta el poder de una re-creación del propio arte (¿qué?). Los montajes de Isidro Blasco y Tamara Arroyo son mis preferidos.

Sin embargo, echo de menos en la obra de la mayoría de los jóvenes artistas no sólo una apreciación más o menos sutil, más o menos superficial de la realidad, sino un ejemplo de algo que la subvierta en un sentido profundo (político, si se quiere), algo que no se pueda mirar, que no se pueda tocar, que no se pueda decir, como explica Rosa Olivares en su editorial del número 8 de la revista Exit, titulado Censurados, que recoge algunas historias de obras y artistas censurados: "La realidad ha superado ampliamente cualquier mal sueño, cualquier imaginación. (...) Pero mientras esa realidad terrible parece ser inevitable, el arte sigue siendo mirado como una provocación más peligrosa que la propia realidad que lo motiva. La censura, el control del Estado, del poder, surge entonces para dejar las cosas claras y decirnos qué es exactamente lo que tenemos que decir, lo que tenemos que ver, lo que tenemos que aplaudir". No contemplando la posibilidad de censura (en el caso de Doméstico es impensable), ¿por qué en las muestras de joven arte español no encontramos propuestas que alcancen ese punto de fricción intolerable con el poder?

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