Rezo escolar
EL PAÍS del 6 de diciembre refiere lo ocurrido en el colegio público Reyes Católicos de Santa Fe (Granada): el padre de dos niños que allí estudian denuncia que en el comedor del colegio se reza cada día antes del almuerzo, no obstante su carácter público y, por tanto, laico. Se trata de un rifirrafe más, a cuento de la enseñanza religiosa en la escuela pública y que no pasaría de lo anecdótico si no fuera porque el relato de los hechos lo convierte en esperpéntico.
En primer lugar, este padre, al denunciar, desea guardar el anonimato. ¿Por qué? ¿Qué teme? ¿Acaso represalias contra sus hijos en el ámbito escolar?, ¿la repulsa de sus conciudadanos? En segundo lugar, la respuesta a este padre por parte del director del centro roza la irrealidad: "que sus hijos se abstengan de rezar o permanezcan fuera del comedor mientras dure la plegaria" (sic). ¿Por qué no expulsarlos del colegio para que su padre deje de incordiar? Hay más: "hay muchos niños en el mundo que no pueden comer y ellos (los que tienen un Dios que se ocupe de ellos) deben sentirse agradecidos (a ese Dios) por poder hacerlo" (sic). Los paréntesis son míos. Curiosa manera la de este director de entender la solidaridad y fomentarla entre los jóvenes alumnos. ¿No sería más honrado y sensato incitar a esos alumnos a plantar cara a ese Dios y a exigirle que comamos todos o ninguno? Tal vez consiguiesen sacarle de su ensimismamiento.
¿Hasta cuándo va a durar este sinsentido en un Estado como el nuestro, aconfesional y laico? ¿Quién dirige este cotarro? No cabe la menor duda de que, como materia de conocimiento, deba enseñarse a los niños y jóvenes el hecho o fenómeno religioso, repartido, tal vez, entre la Historia, Filosofía y Sociología pero, por supuesto, sin una referencia exclusiva a una religión concreta sino a las muchas que han existido y existen. Esto sería educar para la vida, con todas las opciones que, en este campo, cada cual, libremente, después escoja. Sería una fuente de inagotable tolerancia. Lo contrario, como por desgracia nos demuestra una experiencia interminable, no es educar, es adoctrinar, con el peligro añadido de limitar la libertad personal al atrapar ésta, sobre todo a edades inmaduras, en un piélago de doctrinas y dogmas ajenos a la realidad humana con miras a su manipulación a través de la superstición, el miedo y su corolario cierto, el fanatismo. Entonces, ¿por qué suplantar o destruir un sano laicismo estatal que nos respete a todos?
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