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Celebrar lo irracional

Joseph E. Stiglitz

Tres hurras por los nuevos premios Nobel de Economía: Daniel Kahneman, de la Universidad de Princeton, y Vernon Smith, de la Universidad George Mason en Virginia. Como muchos premios Nobel, estos galardones -que fueron entregados la semana pasada- reconocen no solamente el trabajo pionero emprendido por Kahneman y Smith, sino también las escuelas de pensamiento que ellos ayudan a dirigir.

Kahneman, un psicólogo, ha demostrado que los individuos se comportan sistemáticamente de forma menos racional de lo que los economistas ortodoxos creen. Su investigación demuestra no sólo que los individuos a veces actúan de modo diferente de lo que las teorías económicas típicas predicen, sino que lo hacen de forma tan regular y sistemática, de tal modo que puede comprenderse e interpretarse a través de hipótesis alternativas, en competencia con las utilizadas por los economistas ortodoxos.

Para la mayoría de los participantes en el mercado -y de hecho, para los observadores corrientes- ello no parece ser una gran noticia. Los agentes de bolsa de Wall Street que vendieron acciones que sabían que eran basura explotaron la irracionalidad que Kahneman y Smith habían sacado a la luz. Gran parte de la obsesión que condujo a la burbuja económica se basó en explotar la psicología de los inversores.

De hecho, esta irracionalidad tampoco es nada nuevo para los economistas de profesión. John Maynard Keynes hace tiempo describió el mercado de valores como algo basado no en individuos racionales que luchaban por descubrir los fundamentos del mercado, sino como un concurso de belleza en el que el vencedor es el que adivina mejor lo que los jueces van a decir.

El premio Nobel de este año premia una crítica de la economía de mercado simplista, al igual que hizo el premio del año pasado (del que yo fui uno de los tres ganadores). Los laureados del año pasado hicieron énfasis en que los diversos participantes en el mercado tienen una información distinta (e imperfecta), y esas asimetrías en la información tienen una profunda repercusión en la forma en que funciona la economía.

En especial, los laureados del año pasado dieron a entender que los mercados no eran, por lo general, eficientes: que el Gobierno tenía un importante papel que desempeñar. La mano invisible de Adam Smith -la idea de que los mercados libres conducen a la eficiencia como por obra de una mano invisible- es invisible al menos en parte porque no existe.

Esto tampoco es una novedad para quienes trabajan día tras día en el mercado (y amasan sus fortunas aprovechándose de y dominando las asimetrías en la información). Durante más de 20 años, los economistas estuvieron cautivados por los modelos de "expectativas racionales", que suponían que todos los participantes tienen la misma (si no perfecta) información y actúan de forma perfectamente racional, que los mercados son perfectamente eficientes, que el desempleo nunca existe (salvo cuando es causado por sindicatos rapaces o salarios mínimos gubernamentales), y en los cuales nunca hay racionamiento del crédito.

Que tales modelos prevalecieran, especialmente en las universidades estadounidenses, a pesar de la evidencia en sentido contrario, da testimonio de un triunfo de la ideología sobre la ciencia. Desgraciadamente, los estudiantes de esos programas de posgrado ejercen ahora como políticos en muchos países, y están intentando poner en práctica programas basados en las ideas que han venido a llamarse fundamentalismo de mercado.

Permítanme que lo exprese con claridad: los modelos de expectativas racionales hicieron una importante contribución a la economía; el rigor que sus seguidores impusieron sobre el pensamiento económico ayudó a exponer las debilidades de muchas hipótesis subyacentes. La buena ciencia reconoce sus limitaciones, pero los profetas de las expectativas racionales normalmente no han hecho gala de tal modestia.

Vernon Smith es una figura destacada en el desarrollo de la economía experimental, la idea de que uno podría someter a prueba muchas propuestas económicas en entornos de laboratorio. Una de las razones de que la economía sea una materia tan difícil, y de que haya tantos desacuerdos entre los economistas, es que los economistas no pueden llevar a cabo experimentos controlados. La naturaleza produce experimentos naturales, pero en la mayoría de las circunstancias, tantas cosas cambian tan rápidamente que a menudo es difícil dilucidar qué causó qué.

En principio, en un laboratorio podemos llevar a cabo experimentos controlados y, por lo tanto, hacer deducciones más fiables. A los detractores de la economía experimental les preocupa el hecho de que los sujetos aportan a las situaciones experimentales modos de pensamiento determinados fuera del experimento y, por tanto, éstos no son tan limpios ni las deducciones tan claras como en las ciencias físicas. No obstante, los experimentos económicos proporcionan conocimientos sobre una serie de cuestiones importantes, como el diseño mejorado de las subastas. Lo que es más importante, la irracionalidad de los participantes en el mercado, que constituyó el núcleo del trabajo de Kahneman, se ha verificado repetidamente en contextos de laboratorio.

Entre los resultados más divertidos surgidos de la economía experimental están los referidos al altruismo y al egoísmo. Parece ser (al menos en las situaciones experimentales) que los sujetos no son tan egoístas como los economistas han planteado en sus hipótesis, salvo en lo referente a un grupo: los propios economistas.

¿Es porque la economía como disciplina atrae a individuos que son más egoístas por naturaleza o es porque ayuda a moldear a los individuos, haciéndolos más egoístas? La respuesta, casi con certeza, es un poco de las dos cosas. Es de suponer que la futura investigación experimental ayudará a resolver la cuestión de la importancia relativa de estas dos hipótesis.

El Premio Nobel expresa lo importante que es estudiar a las personas y a las economías tal como son, no como queremos que sean. Sólo comprendiendo mejor el verdadero comportamiento humano podemos esperar elaborar políticas que hagan que nuestra economía funcione también mejor.

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