_
_
_
_
_
Tribuna:AULA LIBRE
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La calamitosa situación de la formación de instrumentistas

Cuando España ganó las 15 medallas en los últimos campeonatos de atletismo de Múnich, por delante de países tan tradicionalmente deportivos como Alemania o Inglaterra, la noticia me dio al mismo tiempo una gran alegría y una gran pena. Alegría, porque confirmó mi afirmación de siempre, que en España había mucho talento, y pena, porque en mi campo, que es la formación de instrumentistas, este talento no es aprovechado, peor aún, es maltratado y condenado al fracaso.

Atletismo y dominio de un instrumento tienen muchas cosas en común. Ambas actividades se sirven de los músculos del cuerpo humano. Ya existen en algunos países organizaciones que adaptan las experiencias hechas en el campo atlético a la pedagogía instrumental. Pero todo esto solamente tiene validez si se reconocen los talentos a temprana edad. Leí las explicaciones de los directivos de la Federación de Atletismo sobre cómo se fomenta a los talentos a partir del colegio e inmediatamente me pregunté por qué no se hace lo mismo con los talentos musicales.

"La actual estructura de la formación de músicos profesionales no sirve, y está empeorando"

Ahora que en la escuela primaria se dan clases de música a los jovencitos, no costaría nada instruir a los maestros que seleccionen al 10-15% más dotado, dejando constancia por escrito de ello. Más adelante, si estos jóvenes desearan estudiar en un conservatorio, solamente lo podrían hacer si han pertenecido -durante varios años- a ese grupo de talentosos. Una disposición de esta naturaleza también solucionaría, de una vez por todas, lo que llamaría el síndrome guardería: si los padres del alumno realmente quieren que éste entre más adelante al conservatorio -con lo de la "guardería" en mente- entonces han de estimularle desde muy temprana edad a que se dedique a la música, y eso siempre es algo positivo. Y de un golpe y porrazo desaparecerán los "no aptos", que solamente concurren al conservatorio por egoísmo o esnobismo de los padres. Creo que el profesorado de los conservatorios lo ha de agradecer.

Hago esta introducción para que sea posible comprender mejor lo que expongo a continuación, al pretender analizar el fracaso de una estructura anquilosada y caduca: ¿para qué sirven los conservatorios, sobre todo los superiores? ¿Para formar profesionales, que puedan ocupar los aproximadamente 1.000 puestos de trabajo, actualmente ocupados por extranjeros, en las orquestas sinfónicas del país? Eso es lo que yo entendía era la meta, pero evidentemente debo estar profundamente equivocado, porque después de más de 20 años de democracia esta meta no se cumple. Y lo quisiera demostrar con cifras, para que todo el mundo sepa lo que cuesta esto al bolsillo de los contribuyentes, sin resultado tangible para la sociedad.

Veamos: deseo tomar como ejemplo la Escuela Superior de Música Reina Sofía de Pozuelo (Madrid), que tiene un presupuesto anual de cuatro millones de euros, lo que dividido por el número de alumnos (82) arroja un coste de 8.100.000 pesetas por alumno por año. (Pondré las cifras en pesetas, porque nos es más fácil comprenderlas). Un alumno formado en esa escuela -tras una exigente selección y entrenado en todas las disciplinas que un profesional debe dominar- hallará fácilmente trabajo, y los mejores pueden inclusive elegir el sitio donde desean ejercer su oficio.

Propongo comparar lo que antecede con 20 conservatorios superiores españoles, con un alumnado en torno a los 13.000 estudiantes y 1.300 profesores. Para que la comparación sea correcta, hay que ajustar estas cifras restando el 25%, correspondiente a materias que no se imparten en la Escuela Reina Sofía. Así llegamos a 9.750 alumnos con 975 profesores. Asumo para mi cálculo que un profesor de conservatorio superior cuesta -leyes sociales incluidas- unas cinco millones pesetas por año, y que los gastos generales de cada conservatorio sean, en promedio, del orden de cincuenta millones por año. Con ello llego a un coste total anual de 5.625 millones de pesetas, y ahora solamente faltaría dividir esta cifra por los músicos profesionales útiles -comparables con el nivel de la Escuela Reina Sofía- que el sistema está produciendo, para llegar a una comparación. ¿Cuántos son? ¿Alguien ha oído a alguno dar un buen concierto? ¿Cuántos han obtenido un puesto de trabajo en una orquesta sinfónica? No sé si me quedo corto o largo, pero he partido de la base de que sean, en total, 25 por año los que salgan siendo profesionales y puedan competir en este difícil mercado. Posiblemente me haya pasado y sean menos. Pues, aún así, cada alumno de éstos está costando la friolera de 1,3 millones de euros por año. Los demás no cuentan, porque no serán útiles como profesionales instrumentistas.

Estas cifras abren un sinfín de preguntas: ¿quién es responsable por este desaguisado? ¿Quién autoriza semejante despilfarro? ¿Debe España realmente aceptar ser el hazmerreír en todo el mundo debido a esta situación?

Quiero adelantarme a un argumento que dice que todo el mundo debe tener acceso a una educación musical y que, si se restringe la labor de los conservatorios exclusivamente a la formación de elites, esto no se ha de cumplir. Estoy totalmente de acuerdo con ello. Pero para eso sirven las escuelas de música, con lo cual, insinúo que la mayoría de los conservatorios podrían convertirse en tales, sin apenas menoscabo para la sociedad.

Una cosa puede afirmarse sin lugar a dudas: la actual estructura de la formación de músicos profesionales no sirve, y lo peor es que, en vez de mejorar, está empeorando. Apenas unos apuntes significativos: el conservatorio que mejor funciona en el país es el de Salamanca, y quiere la casualidad que es la institución que menos alumnos tiene: apenas 300. Hay centros que tienen más de mil alumnos. La ratio de alumnos por profesor parece razonable, pero en la Escuela Reina Sofía hay más de un profesor por cada dos alumnos (con un sistema de tiempo parcial que en el caso de la formación instrumental da buenos resultados). Y si comparamos con un país, Alemania, donde las cosas funcionan razonablemente bien, y donde se deben suplir profesionales para unas 200 orquestas (en vez de las 20 españolas), allí existen apenas 24 conservatorios superiores, y se logra que el 85% de las plazas disponibles las ocupen alemanes, lo que convierte nuestras cifras en una ridiculez: el 80% de los músicos de las 20 orquestas españolas ha sido formado en el extranjero.

¿Qué impide que los conservatorios superiores imiten el ejemplo de la Escuela Reina Sofía? ¿Por qué no se es tan exigente, como allí, a la hora de admitir un alumno para grado superior?

En Cataluña y en el País Vasco ya han creado sendas escuelas superiores, imitando el ejemplo de aquella institución. Está planeado hacer algo similar en Valencia. Por supuesto, estas escuelas tendrán asesoramiento por parte de personalidades ilustres del mundo de la música. Estas personalidades no son tan inaccesibles como se piensa cuando se trata de hacer algo serio en favor de la buena música. ¿Por qué no se recurre a ellos?

Quiero concluir con otra pregunta más: ¿Cómo es posible que un aparato oficial tan inoperante, con el cual ni profesores, ni alumnos, ni políticos están satisfechos, siga funcionando como si nada hubiera pasado? Si el coste de los 20 conservatorios superiores ya se acerca a los 7.500 millones de pesetas, ¿qué costarán los otros 200 conservatorios, entre elementales y de grado medio (profesionales)? Con este mismo dinero se podrían hacer maravillas si hubiera voluntad política de hacer las cosas bien. Ahí tienen el ejemplo de la Escuela Reina Sofía, que en solamente 10 años se ha convertido en una de las mejores del mundo. Y me repugna la idea de que eso solamente se logre vía la iniciativa privada, porque significaría admitir que la escuela pública es incapaz, cuando es la única garante de igual oportunidad para todos.

Vuelvo a mi argumento del principio: conviene imitar el ejemplo de los atletas, con los jóvenes dotados para la música, y en pocos lustros se cosecharán los resultados. España podría ser un país que exporta músicos, y no que importa. Pero con las estructuras actuales esto no ha de ocurrir. Me sigo preguntando por qué nadie repara en el despilfarro descomunal que significa "cumplir con el trámite" en este caso. España, un país con una riquísima y variada tradición musical popular, se ve condenado al ostracismo musical: ¿quién lo entiende?

Juan Krakenberger es músico de cámara y especialista en pedagogía de violín y viola.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_