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Reportaje:

Catarsis latinoamericana

Una ONG malagueña organiza talleres para que los inmigrantes afronten su desarraigo

España habla su mismo idioma, pero tiene otro pulso, otros olores, otra gente. La cultura es parecida, pero las añoranzas no saben de matices. Para ayudar a los inmigrantes latinoamericanos a afrontar el desarraigo, una ONG ha puesto en marcha en Málaga un taller pionero coordinado por dos psicólogas que, como manda el tópico, son argentinas.

Las citas son los jueves a las 17.00 en la sede del Movimiento por la Paz, el Desarme y la Liberación (MPDL). Es un espacio donde los inmigrantes confiesan temores, problemas, sueños y esperanzas. "Además del trauma que supone cambiar tu mundo, tenemos que demostrar que venimos a trabajar, no a hacer daño. Y uno, con su miedo, no mira el miedo de los de aquí, que temen que les quitemos oportunidades", reflexiona Patricia Vélez, colombiana.

El taller es una tertulia que sirve de catarsis colectiva. Alcira Velázquez, una de las psicólogas, ameniza la charla con sus mates. Aunque la mayoría tenía un trabajo antes de emigrar, la asfixia económica y la falta de perspectivas les impulsó a cruzar el charco. Una especie de culpa por abandonar sus países en tiempos de crisis no tarda en aflorar. "¿Por qué otros están allí dando cacerolazos por una vida mejor y yo no?", se pregunta Arleny Yicon, venezolana llegada hace apenas dos meses.

La otra psicóloga, Analía Scocco, que mientras homologa su título se gana la vida limpiando casas, intenta ahuyentar cualquier sentimiento de traición a la tierra. Cuenta que durante años luchó por hacerse un hueco en Argentina. "Pero mi país ya no guarda un lugar para mí", suspira. Casi todos sienten que entre la corrupción, la falta de horizontes profesionales y las dificultades económicas, sus países los han expulsado.

La charla zigzaguea entre los desaparecidos argentinos, la guerrilla colombiana y la huelga en Venezuela. El taller no excluye a los no latinoamericanos, pero el manejo del español es imprescindible. Irina Petrova, una búlgara que se ha colado en el grupo gracias a que chapurrea castellano, comenta que si tuviera trabajo en su país no estaría aquí. El resto asiente. La mayoría de los que acuden al taller son mujeres. Sonia Lucero, otra argentina, intenta encontrar una explicación: "Ellos se sienten obligados a no mostrar su fragilidad".

Rastreando los apellidos, se descubre que casi todos llevan sangre italiana o española. Eduardo Fernández, argentino, aporta datos para pedir a los españoles "que sean tolerantes" ante el aluvión inmigratorio: "Argentina acogió a 1.800.000 españoles y aquí hay apenas 150.000 argentinos". Mirta Galván, también argentina, acota que aquellos abuelos europeos que se fueron eran analfabetos y que los que ahora vuelven son profesionales. Una reflexión se impone: sin formación, unos, y con preparación, otros; al final, todos tuvieron que emigrar. A cuento de esta apreciación, alguien aventura conclusiones: "Los flujos migratorios podrán cambiar, pero nunca se van a detener".

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Integrarse sin perder las raíces

El taller tiene varios objetivos: contribuir a crear redes sociales de autoayuda, apoyar a los inmigrantes para que superen los baches anímicos provocados por el desarraigo e inculcarles que no tienen que perder las raíces para integrarse.

Andrea Barbotta, de MPDL, confirma que en el último año se ha producido un incremento notable de la inmigración latinoamericana, en especial de Argentina, debido a los estragos del corralito. No hay cifras de cuántos han llegado porque unos vienen con documentación italiana o española y otros sin papeles. Pero a diferencia de los ecuatorianos o colombianos, que emigran en solitario, los argentinos vienen con todo el núcleo familiar. "Por eso les es más difícil salir adelante. Además, muchos pertenecían a la clase media y pedir para comer les parece denigrante", explica. Los argentinos suelen tener un nivel educativo alto, pero la mayoría tarda hasta un año y medio en homologar su título. Barbotta precisa que en carreras que antes se homologaban directamente ahora el inmigrante tiene que aprobar ciertas asignaturas para convalidar su titulación.

Entre los participantes del taller hay logopedas, asistentes sociales, psicólogos, técnicos en alimentos e ingenieros agrónomos. Casi todos están recién llegados y con titulaciones aún no validadas, lo que les obliga a aceptar empleos muy por debajo de su cualificación. Todos confiesan que no están bien económicamente, pero tienen la esperanza de prosperar; expectativa que en sus países habían perdido porque allí todos los esfuerzos "caen en una bolsa rota". Sonia Lucero, logopeda, comprende que el Gobierno español no pueda abrir las fronteras, pero pide "que al menos agilice la homologación de los títulos".

Los que son padres confían en que aquí sus hijos podrán encontrar un futuro mejor. Ninguno duda en contestar dónde le gustaría morir: "En mi tierra, con mi gente". No falta quien recuerde que cuando sean viejos, esos hijos tendrán sus raíces en España y que entonces también aquí estará su gente.

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