Muchos poetas en uno
La versatilidad estilística de Rafael Alberti es tan manifiesta como su extraordinaria pericia formal. Ni siquiera hace falta reiterarlo. En su extensa y profusa trayectoria está efectivamente implícito el mudable desarrollo de la poesía española de buena parte del siglo XX. Cierto que hay muchos Alberti posibles: el neopopularista de Marinero en tierra o El alba del alhelí, el gongorino de Cal y canto, el surrealista de Sobre los ángeles o Sermones y moradas, el realista combativo de El poeta en la calle, el neorromántico de Retornos a lo vivo lejano, el clasicista de Ora marítima o A la pintura... No es fácil establecer a este respecto ninguna particular escala de valores, pues las diversas andanzas de Alberti por las fuentes estéticas o los territorios poéticos al uso suelen interferirse mutuamente y aun fusionarse sin mayores trabas.
El albertiano hombre deshabitado encarna la querella entre el poeta que pretende ser libre y la sociedad que lo maniata
Como suele ocurrir, mi experiencia de lector de Alberti ha tenido sus naturales fluctuaciones. En mis ya remotos años de aprendiz de escritor, leí con fervor minucioso los poemas de aquel proscrito paisano mío recogidos por Gerardo Diego en su Antología de 1932. Recuerdo que lo que más atrajo entonces, como era presumible, fue ese airoso reflujo de los cancioneros tradicionales que comparé en los primeros libros de Alberti: Marinero en tierra, La amante, El alba del alhelí. La delicada veta neopopular, la llamativa condición lírica de esas canciones las hacía también muy aptas para ser retenidas musicalmente en la memoria. Supongo que algo de eso me ocurrió durante aquellas iniciales afecciones poéticas, cuando vagaba por las mismas calles, las mismas playas por las que anduvo Alberti de muchacho y me iba repitiendo con la debida fruición algunas de sus canciones más consabidas.
De esos primeros encuentros
con la poesía de Alberti hace ya un siglo. Y mis predilecciones a propósito de su obra general se han ido modificando al mismo compás que mis propias ideas literarias. Pero algo ha permanecido inamovible a partir del descubrimiento un poco tardío de Sobre los ángeles. La verdad es que los ocho poemas de ese libro incluidos en la citada Antología de Diego, apenas me habían suministrado en un primer momento mayores aprecios. Es probable incluso que me desconcertaran o que, al menos, no acertase a trasponer sus más superficiales aparejos retóricos. No tardé mucho, sin embargo, en identificarme con la materia esencial de Sobre los ángeles, cuya primera edición de 1929 encontré por azar en un baratillo gaditano y cuya lectura supuso un inmediato viraje en mis anteriores gustos poéticos.
No estoy muy seguro de poder reconstruir ahora, al cabo de tantos años, aquellas primeras recompensas de lector de Cal y canto y, sobre todo, de Sobre los ángeles. Unas recompensas -por cierto- que sólo se repitieron ocasionalmente tiempo después con la lectura de Retornos de lo vivo lejano. En cualquier caso, Sobre los ángeles me proporcionó a no dudarlo una incitante y poderosa emoción poética. En tanto que inventario tormentoso de una crisis, de un dramático litigio moral, el aliento de Sobre los ángeles tal vez remita a una suerte de surrealismo a la andaluza, si es que eso significa algo, y aunque el embrión temático mantenga una abrupta correspondencia con la razón, su trasvase poético incide comúnmente en la estrategia del irracionalismo. Ya se ha hecho sobrado hincapié en los supuestos engranajes que aproximan esos hábitos poéticos a ciertas fértiles normativas de las vanguardias de entreguerras. Es posible que se prefiera emparentar algunos de los ingredientes de esa actitud con los usos y consumos propios de los surrealistas. Pero no creo que sea eso exactamente lo que ocurre en Sobre los ángeles. Sólo tal vez se ha producido alguna coincidencia circunstancial, más por contagios ambientales que por convicciones teóricas. En cualquier caso, el rastro de los modales del Alberti educado en la convivencia afanosa de los cancioneros emerge aquí y allá por todo el libro.
Los poemas de Sobre los ánge
les -y de Sermones y moradas- están escritos entre 1927 y 1930, un ciclo creador relativamente breve definido por el poeta en un "resumen autobiográfico" con seis sustantivos: "Amor. Ira. Cólera. Rabia. Fracaso. Desconcierto". Si se cotejan esas fechas con la cronología de La arboleda perdida, también podrán rastrearse algunos reconocibles vínculos entre el contenido ideológico de Sobre los ángeles y la peripecia biográfica del autor. Por supuesto que no digo nada nuevo en este sentido. Ya la crítica especializada ha indagado con tino en esos concretos resortes de la experiencia que parecen conectar un sector de la vida del poeta y el tramo de su poesía expresamente condicionada por esa vida. Cito a Alberti: "Me encontraba de pronto como sin nada , llegué a escribir a tientas, con un automatismo no buscado, un empuje espontáneo, tembloroso, febril ; el idioma se me hizo tajante, peligroso, como una punta de espada". Ese personaje unánime, trasunto del poeta, que recorre el libro como un emisario quimérico, es el intérprete de un infortunio protagonizado por quien busca a ciegas las imposibles pistas de un paraíso perdido. Por esas penumbras imaginativas vaga alguien cuyo drama más recurrente parece derivar de la incomunicación. El tan albertiano "hombre deshabitado" bucea en un mundo inhóspito, cercado de acechanzas e incertidumbres, y encarna la metáfora sucesiva de la decepción, esa experiencia despiadada que incluye la querella entre el poeta que pretende ser libre y la sociedad que lo maniata.
Al contrario que en la mayoría de los libros de Alberti, el paisaje físico de Sobre los ángeles es de una casi hermética cerrazón, apenas destaca entre los acosos enigmáticos de la realidad. Las muy opacas referencias al mundo exterior vienen dadas en función de la intimidad del personaje de cada poema. Es como una tensión meditabunda que acrecienta incluso el desvarío de ese "huésped de las nieblas" cuyos inciertos registros en la intimidad subsisten en todo el libro, de esa necesidad agobiante de "rasgarse las vestiduras poéticas", como diría a este respecto el propio Alberti. Ahora mismo, cuando hace justamente 73 años que se publicó Sobre los ángeles, pienso que no ha perdido su vigencia y que ahí, en el centro visionario del libro, persevera una de los más eminentes arquetipos de la poesía española contemporánea.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.