Memoria de una lucha desigual
Un brigadista internacional en la Guerra Civil publica sus recuerdos
Bob Doyle está vivo porque Franco faltó a su palabra. Dijo que serían fusilados todos los que llevaran un arma. Y el irlandés Doyle, como los otros 35.000 brigadistas internacionales que lucharon en la Guerra Civil de 1936, la llevaba. Batallaba en el frente de Belchite cuando sufrió una emboscada de flechas negras italianos. Pasó 11 meses en un terrorífico centro de detención en Burgos, pero no fue fusilado, tal vez por la presión de la prensa internacional.
Ahora, con 87 años, cuando se cumplen 65 desde que Doyle llegara a España para "luchar contra el fascismo", ha publicado el libro Memorias de un rebelde sin pausa, que presentó en Madrid el escritor Manuel Rivas. En el texto, editado por el Ayuntamiento de Rivas-Vaciamadrid, narra su azarosa vida, siempre marcada por esa dramática experiencia española.
Doyle sólo se siente feliz cuando vuelve a España y cree que las fosas de los fusilados recuperan la historia
Doyle, que vive en Londres, pero recuerda perfectamente el castellano y sólo es "feliz" cuando vuelve a España, mantiene la memoria intacta y, pese a la derrota que marcó su vida, se muestra optimista. Cree que las recientes aperturas de fosas de represaliados franquistas, por ejemplo, prueban que "España está despertando otra vez".
Con sólo 22 años, igual que otros miles, Doyle, obrero de origen humilde, comunista "desde los 14 años y hasta hoy", harto de "vivir como un esclavo", decidió que la guerra en España era el lugar ideal para detener al fascismo: "Las bombas sobre Madrid luego irían sobre Londres. Lo sabíamos, y fueron".
La emboscada, en marzo de 1938, da idea de las dimensiones internacionales de la guerra. La brigada, formada por irlandeses e ingleses, fue interceptada por italianos, justo después de abandonar Belchite, la ciudad que defendieron -y perdie-ron- al canto de "Hold Madrid for we are coming (Mantened Madrid que ya llegamos)". Por arriba bombardeaban aviones alemanes y debajo les defendían tanques rusos. Los guardias civiles les quisieron matar inmediatamente, allí mismo, pero los italianos lo impidieron. Un inglés se hizo pasar por sordomudo para que no supieran que era jefe de los brigadistas. No coló, y al final lo fusilaron.
A los demás les llevaron al lugar donde tenían a la mayoría de los extranjeros: a San Pedro de Cardeña, en Burgos, donde estuvo enterrado el Cid. En camas que eran sacos de pajas pasaron los brigadistas 11 meses. Doyle recuerda que los peor tratados eran los alemanes. Aunque nada comparado con los españoles, miembros de la división de Enrique Líster. "Cada día que pasaba era una sorpresa seguir vivo", recuerda. Porque fusilaron a muchos de sus compañeros, como había prometido el general Franco.
La Gestapo alemana vino a interrogarlos. Un inglés llegó a arrancarse de cuajo un tatuaje con la hoz y el martillo. Aunque en medio del hambre, el frío y la mugre, encontraron tiempo para la diversión: hacían carreras de ratones y dieron un concierto de Navidad mezclando canciones alemanas, polacas, italianas, inglesas, cubanas... Todo era aberrante, pero Doyle recuerda con especial rabia a los curas. Católico practicante en su adolescencia -llegó a militar en el IRA-, le resultaba increíble que le obligasen a oír misa entre vivas a Franco.
Al final les intercambiaron por presos extranjeros que apoyaban al franquismo. Doyle lo tomó como una especie de revancha, porque los nacionales entregaron a dos brigadistas por cada cinco italianos que soltaban los republicanos. "Valíamos más que ellos", ironiza.
Tuvo que prometer que no volvería a España. Pero él tampoco cumplió, como Franco. Su unión con este país dura ya 65 años. Nunca pudo ni quiso olvidar. Se casó con una española que conoció en Londres, y volvió muchas veces. Al principio en moto, luego en coche. Y siempre, fiel a su militancia, traía propaganda comunista. A punto estuvo de caer varias veces. Tuvo que llevar a un guardia civil con el coche averiado y éste apoyó su escopeta sobre la propaganda, pero no se dio cuenta.
Celebró, como muchos, la muerte de Franco. Pero la mayor alegría se la llevó en 1995, cuando dieron a todos los brigadistas la nacionalidad española. Ahora sólo quiere que el mundo, que, según él, "traicionó a España" dejando que llegara Franco, no olvide que 35.000 personas, por lo menos, intentaron evitarlo.
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