Expulsada del autobús
El pasado lunes 11 de noviembre de 2002 fui protagonista de un grave incidente. Cogí el autobús de la línea 27 en Atocha con destino plaza de Castilla a las 9.45. A mitad del recorrido comencé a sentirme indispuesta, me bajó la tensión y sufrí una hipoglucemia. No tuve más remedio que vomitar dentro del autobús. Estoy embarazada y me encuentro todo el día con náuseas intensas, mareos y vómitos repentinos. Este incidente no tendría mayor trascendencia de no ser por la actitud que adoptó el conductor. Al ver lo sucedido, abrió su ventanilla, como si aquello fuese algo químico o radiactivo, y se dirigió a mí con una mirada cargada de completo desprecio.
Me hizo sentir culpable por la situación, como si si lo hubiese hecho por gusto. En la siguiente parada me hizo bajar del autobús y me dejó en tierra. No es necesario decir que jamás se interesó por mi estado ni me ofreció ningún tipo de ayuda, no mostró en ningún momento trato humano ni solidario. He presenciado en muchas oportunidades cómo otros conductores han llamado al Samur cuando algún pasajero se indispone y cómo se han solidarizado con el estado de estas personas. Nadie en el autobús hizo nada por mí, nadie me preguntó si me encontraba bien y nadie se interesó por saber si necesitaba ayuda.
Como consecuencia, he sacado en limpio que presentar al transporte público como el mejor de Europa, haciendo hincapié en la velocidad, la tecnología... no es suficiente. El transporte público es más que "llegar volando a todas partes". Tal vez estaría bien que la Comunidad incluyese estos "detalles" cuando realiza llamamientos a utilizar el transporte público, o ¿es que sus dirigentes no lo saben porque no lo utilizan?
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