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Columna
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Libertad

Rosa Montero

Que los integristas de Nigeria hayan lanzado una fatwa condenando a muerte a Isioma Daniel, la joven periodista que escribió sobre el concurso de Miss Mundo, es tan aberrantemente imbécil que no sólo indigna, sino que además deja en muy mal lugar la rica y compleja tradición islámica, rebajándola a una grotesca caricatura (el Concilio Islámico Supremo nigeriano está en contra de la fatwa: veremos qué sucede). Esos fanáticos ignorantes han convertido la petardez de Miss Mundo en algo progresista. Tiene narices.

Isioma es uno de los muchos periodistas con problemas a la hora de practicar la libertad más esencial: el derecho a opinar. Reporteros sin Fronteras celebró hace poco su día por el apadrinamiento de los periodistas presos. Hay 116 en todo el mundo, pero en esta cifra no están incluidos los que son como Isioma; es decir, los amenazados, los perseguidos, aquellos a los que un día un mal nacido les revienta la cabeza de un disparo como a José Luis Lacalle en el País Vasco. Ésos, los periodistas en riesgo, son legión. De los 116 encarcelados, yo he escogido apadrinar al cubano Bernardo Arévalo Padrón, de 37 años, que lleva cinco en prisión porque, durante una entrevista que le hicieron en una radio de Miami, llamó mentiroso a Fidel Castro por no haber cumplido los compromisos de democratización que había firmado en una cumbre iberoamericana, lo cual también tiene muchísimas narices y da una ligera idea de la ferocidad del régimen castrista.

La libertad de expresión no está sólo en riesgo en estos casos extremos. La libertad de expresión es como una fragilísima cometa que toda la sociedad mantiene volando: en cualquier momento un golpe de viento puede estrellarla contra el suelo.

Vivimos tiempo malos: triunfa la censura prebélica en esta nueva guerra fría (o demasiado caliente) contra el islam; y triunfa la presión de las grandes empresas sobre los medios: el poder silenciador de los poderosos. En las democracias, lo verdaderamente peligroso no es la manipulación política, que también existe (no hay más que ver la torpeza chundaratera de nuestra televisión en esta precampaña electoral), sino la coacción que el gran dinero ejerce sobre la prensa.

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