_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

'Mise en abîme'

No es la primera vez que me refiero aquí a la mise en abîme, procedimiento heredado de la heráldica que consiste en reproducir, de forma reducida, parte de una obra en su propio interior. La representación teatral dentro de la representación teatral que ya es Hamlet o esa vaca que ríe y empequeñece hasta el infinito en el logotipo de un queso son ejemplos paradigmáticos de mise en abîme. También lo es, para las necesidades de esta columna, el desastre ecológico que se ha abatido sobre las costas de Galicia y del norte de Portugal, pues permite saltar de lo universal a lo local, o viceversa, sin que por ello nos apartemos de una misma pauta humana de conducta: la depredación.

Hace unos días, al ver que un sonriente Jacques Chirac saludaba a los malagueños junto a José María Aznar y, sobre todo, al escuchar más tarde su defensa ecológica de nuestras aguas territoriales, se me vino a la memoria que en 1995 fue el propio Chirac, y no otro, quien hizo explotar una bomba atómica bajo el atolón de Mururoa. Muy desnortado debe andar el mundo para que a nadie se le haya ocurrido recordarle al presidente francés ese pecadillo de su historial.

La ecología es un asunto que los políticos occidentales adoptan circunstancialmente como eslogan cada vez que algo se pudre en su jardín, pero no les preocupa en casa del vecino, sobre todo si éste vive lejos. Bien está que ahora hayamos prohibido que esos barcos decrépitos pasen por aquí con su carga de petróleo, pero mucho mejor habría estado prevenir que sucediera. Lo que convierte en insoluble dicha ecuación es que el medio ambiente está reñido con la plusvalía y que la política forma parte del mismo entramado capitalista que rige los negocios globales.

Los desastres ecológicos como éste o como el que causaron los yanquis con gases defoliantes en Vietnam o con bombas de uranio empobrecido en Irak son el extremo más visible de la depredación del planeta. Es fácil -y necesario- señalar con el dedo sin descanso a las multinacionales o a la administración estadounidense por sus desmanes, pero si descendemos en la escala de la mise en abîme, más fácil aún resulta descubrir que, a la vuelta de cada esquina, son los propios políticos regionales quienes toleran o incluso promueven los atentados contra la naturaleza.

El paisaje urbanístico del Mediterráneo es una muestra de cómo es posible destruir en una generación lo que había sido virgen desde el principio de los tiempos, y si acercamos el foco del zoom todavía más para centrarnos en el agua de la Comunidad Valenciana, veremos que la vocación ecológica del gobierno es pura falacia. Como toda zona geográfica bendecida por el sol, disponía de poca agua. Los griegos, sabios, plantaron en ella higos, almendros y frutos de secano, pues cada tierra requiere el cultivo adecuado que respete su ecosistema. Hoy, los antiguos horizontes de color ocre han cambiado al verde insólito de innumerables campos de golf para millonarios, regados con el agua escasa que era patrimonio común. El resultado, elemental, es que mientras las clases pudientes emplean su ocio en golpear pelotitas, las clases populares han de comprar el agua de beber en botellas envasadas... por las mismas clases pudientes que, desde los medios, predican ecología y democracia.

www.manueltalens.com

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_