Kissinger, un secretista para arrojar luz sobre el 11-S
El veterano diplomático, Nobel de la Paz en 1973, es un criminal para muchas ONG y familiares de desaparecidos
George W. Bush sólo puso una condición cuando se vio forzado a aceptar la creación de una comisión independiente para investigar los errores del 11-S: él elegiría al máximo responsable. Dado que la Casa Blanca contempla esta investigación como un escrutinio incómodo, nadie mejor que Henry Kissinger para encabezarla. El veterano diplomático, galadonado con el Nobel de la paz en 1973 y acusado por numerosas ONG y familiares de desaparecidos de crímenes contra la humanidad, es experto en enterrar cadáveres en el jardín de la política. Abogado y maniobrador, Kissinger es la perfecta elección si lo que Bush desea es, como así parece, dar un carpetazo a los errores cometidos por los servicios de información de EE UU.
"Es difícil imaginar a alguien más comprensivo con las tesis de la Casa Blanca"
A Kissinger se le ha ensalzado y denostado con epítetos grandilocuentes o devastadores, dependiendo de quién los pronuncia. Ningún diplomático en la historia política contemporánea ha ejercido tanta influencia en la remodelación del mundo y nadie se ha mostrado tan seguro como él de sus convicciones. No es la modestia una de sus virtudes: en su autobiografía, se declara dispuesto a aceptar sus errores, pero a partir de la página 850.
Nacido en 1923, en Fuerth (Alemania), de una familia judía de clase media, los Kissinger escaparon del nazismo hacia Nueva York cuando su hijo tenía 15 años. Con 20, en cuanto consiguió la ciudadanía estadounidense y se cambió el Heinz Alfred por Henry A., se alistó en el Ejército y ascendió como especialista en análisis; regresó a Alemania tras la guerra para ayudar en la reconstrucción antes de abandonar el Ejército y marcharse a la Universidad de Harvard.
Allí logró todos los honores académicos y demostró unas cualidades analíticas incomparables. A finales de la década de los cincuenta, Kissinger comenzó a cultivar amistades políticas que contactaba como experto en relaciones internacionales y fue autor de algunos estudios impecables sobre proliferación nuclear.
El Gobierno de Dwight Eisenhower dio al joven erudito los primeros encargos de consultoría en política internacional, que se extendieron esporádicamente durante el mandato de John F. Kennedy. Con Lyndon B. Johnson en la Casa Blanca, Kissinger empezaba a convertirse en una figura prominente en Washington, casi indispensable; lo fue plenamente en cuanto ganaron los suyos y el republicano Richard Nixon se convirtió en el inquilino del edificio presidencial. Con Kissinger como consejero de Seguridad Nacional, Nixon diseñó la política de vietnamización asiática, con la extensión del conflicto militar a Camboya y Laos. En 1973, cuando Kissinger acumulaba también el cargo de secretario de Estado, propulsó las negociaciones con líderes norvietnamitas que permitieron un acuerdo de alto el fuego. Ese pacto, que tardó poco en ser irrelevante, facilitó la retirada estadounidense y le valió a Kissinger el Nobel de la Paz, controvertido galardón para quien, al tiempo que negociaba, defendía en el Despacho Oval los bombardeos masivos en ese rincón asiático.
Dicen sus enemigos que Nixon y Kissinger compartían sus peores defectos. "Una ilegalidad la podemos cometer en cualquier momento; una inconstitucionalidad nos lleva algo más de tiempo", dijo una vez este diplomático con voz de ultratumba, acento alemán, cuestionable sentido del humor y, según su propia definición, escasa capacidad de admiración por el prójimo. Cuando Nixon cayó por el escándalo Watergate, Kissinger llevaba años grabando las conversaciones de sus colaboradores más cercanos en el Departamento de Estado. Extendió su mandato durante la presidencia interina de Gerald Ford. Cuentan que algunos republicanos a las órdenes de Kissinger lloraron de alegría cuando Ford perdió las elecciones ante el demócrata Jimmy Carter.
Antes de abandonar la política de primera fila (la otra nunca la ha dejado), Kissinger intensificó la llamada diplomacia del puente aéreo: saltos frecuentes, a menudo secretos, para propiciar la resolución de conflictos. Ayudó en negociaciones de paz en Oriente Próximo y defendió una cooperación moderada y discreta con la URSS y China, pero a Kissinger se le ha acusado también de ser casi el cerebro del golpe militar -en otro 11-S, en 1973- que acabó con el socialista Salvador Allende en Chile para colocar a un protegido estadounidense en el Gobierno de ese país, el general Augusto Pinochet. La implicación de la CIA en aquellos acontecimientos salpica a Kissinger, que siempre se ha negado a revisar ese capítulo de la historia. En abril, reconoció haber cometido posibles errores, pero cuestionó, como ha hecho siempre, la conveniencia de revisarlos.
Hay una larga lista de libros dedicados a demostrar que Kissinger no debe ser ensalzado como un defensor de la paz mundial, sino como un criminal de guerra. El más célebre, Juicio a Kissinger (Anagrama), de Christopher Hitchens, le acusa del genocidio de un millón de personas en Laos y Camboya al extender la guerra de Vietnam a esos territorios; le hace responsable de la exterminación de decenas de miles de individuos en Chile con la llegada de Pinochet, o de la muerte de 200.000 personas en la invasión indonesia de Timor Oriental en 1975, horas después de que anunciara que Estados Unidos no reconocería el país.
Éste es el hombre que Bush ha elegido para presidir una comisión independiente y abierta a la crítica. Escribe el columnista Walter Shapiro en el diario USA Today: "Es difícil imaginar a alguien más comprensivo que Kissinger con las tesis de la Casa Blanca, que quiere mantener secretas ciertas informaciones no porque afecten a la seguridad nacional, sino porque evitan el ridículo".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.